Uno de los más curiosos efectos que nos produce la música es como nos obliga a movernos según el ritmo que marca. Los humanos somos únicos en esta habilidad de coordinarnos con estímulos auditivos externos, o sea, que la música nos exige el baile. Comenzamos, quizá, moviendo la cabeza al ritmo de la música, seguimos dando golpecitos en el suelo con el pie, damos palmadas, nos ponemos de pie y nos balanceamos, y acabamos bailando como locos a poco que nos dejemos llevar. Y lo hacemos con muchas ganas. Y Marcel Zentner y Tuomas Eerola, de la Universidad de York, en Inglaterra, y de la Universidad de Jyväskylä, en Finlandia, respectivamente, se preguntaron cuándo aparece, en nuestra vida, esta habilidad de seguir el ritmo de la música.
Plantean varios experimentos en los que hacen escuchar a 120 bebés, de entre 5 y 24 meses, dos fragmentos musicales, el último movimiento del Eine Kleine Nachtmusik de Mozart y el Finale del Carnaval des Animaux de Saint-Saëns, tanto en versión orquestal como en una versión rítmica, extraída por ordenador, interpretada con un tambor. Como control utilizan la voz humana hablando a los niños. Graban en video a los bebés mientras escuchan y analizan sus movimientos por expertos y en el ordenador, por medio de un programa de captura de imágenes en tres dimensiones.
Zentner y Eerola obtienen, con sus resultados, varias conclusiones. En primer lugar, los niños realizan más movimientos rítmicos con la música que cuando escuchan una voz que les habla. Además, si la música cambia de velocidad (de tempo), los movimientos rítmicos de los bebés siguen esos cambios. Y, por si fuera poco, el grado de coordinación de los movimientos de los bebés con la música que escuchan mejora cuanto más sonríen los niños, es decir, cuanto mejor se sienten, mejor bailan. Los autores creen que esta temprana habilidad de seguir un ritmo debe tener algún efecto adaptativo, lo que quiere decir que, de alguma manera, consigue que los humanos se adapten mejor al entorno y alcancen un mayor éxito evolutivo. Sin embargo, no proponen ninguna hipótesis sobre esa adaptación.
*Zentner, M. & T. Eerola. 2010. Rhythmic engagement with music in infancy. Proceedings of the National Academy of Sciences USA 107: 5768-5773.