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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

Aliviar el dolor

Todos los animales, incluyendo nuestra especie, buscan el placer y evitan el dolor. Pero el dolor es necesario para la supervivencia; avisa de que algo va mal y empuja a evitarlo y a repararlo si es posible. Es una respuesta biológica ante los fallos de funcionamiento del organismo y avisa de los ataques desde el entorno. Sin embargo y aunque el dolor sea beneficioso, la respuesta debe ser, siempre, evitarlo, huir de él. Y todos los métodos que conozcamos que alivien el dolor son bienvenidos. Buscamos, en general, la analgesia o disminución de la sensación de dolor sin perder la consciencia; otra cosa sería la anestesia que, al bloquear todas las sensaciones y no solo el dolor, incluye la pérdida de consciencia. Bien, pues ahora vamos a repasar algunos métodos de alivio del dolor, sin ser exhaustivos pues técnicas hay muchas.

Deslocalizar el dolor

Si el dolor nos debe avisar del algún daño en el organismo, la localización del dolor será entonces una parte esencial del proceso, y todo lo que hagamos para confundir esa localización parece que alivia el dolor, según nos explican expertos en este asunto como A. Gallace y su grupo, de la Universidad de Milán. Consiguen confundir al cerebro en la localización del dolor de una manera muy sencilla. Lo estudian con 20 voluntarios, la mitad mujeres y con una edad media de 29 años. Les provocan un dolor suave con electricidad o con láser y, con una escala que va de 0 a 100, puntúan el dolor que sienten. Y el dolor alcanza menos intensidad cuando los voluntarios colocan, simplemente, un antebrazo encima del otro (el izquierdo sobre el derecho), teniendo ambos encima de una mesa.

Proponen que, cruzando los brazos, confundimos nuestra habilidad para localizar el dolor pues mezclamos la información que llega a los dos hemisferios cerebrales y, de esta manera, el dolor que siente, que es evidente que lo debemos sentir en el cerebro, disminuye.

Pero Marjolein Kammers y su equipo del Colegio Universitario de Londres, consiguen lo mismo, desconcertar nuestro sistema de localización del dolor en el cerebro, de una manera todavía más sencilla, con un simple toque. Para provocar el dolor, el voluntario sumerge su dedo medio en agua a 14ºC y los dedos índice y anular en agua a 43ºC.  El cerebro, desconcertado, siente, y así lo declara el voluntario, que la temperatura del agua en la que está el dedo medio es más alta que en la que se encuentran los otros dos dedos, y que llega a sentir dolor. Pues bien, si saca los dedos del agua y los toca con los mismos dedos de la otra mano, que han pasado por el mismo tratamiento, el calor percibido es menor y, según declaran los voluntarios, el dolor baja una media del 64%. El método no funciona si la mano que toca es de otra persona.

De nuevo la percepción del dolor en el cerebro queda confundida, y según los autores también es por que hemos perturbado la comunicación entre los dos hemisferios cerebrales al hacer intervenir las dos manos.

El amor

Hay otras formas de aliviar el dolor que tienen que ver, otra vez, con el complicado funcionamiento de nuestro cerebro que, poco a poco, comenzamos a vislumbrar. Así, uno de los sistemas más agradables de nuestro cerebro es aquel que nos recompensa cuando hacemos algo que nuestra biología y la evolución quieren que hagamos. Es obvio que ya conocemos fármacos que activan este sistema de recompensas y, por tanto, alivian el dolor. Pero Jarred Younger y sus colegas, de la Universidad de Stanford, nos proponen otra manera de activar la recompensa. Ya saben que en las primeras fases de la relación romántica, en el apasionado enamoramiento, el cerebro pone en marcha los sistemas de recompensa (la evolución ha seleccionado en nuestra especie el enamoramiento muy recompensado para comprometer a los dos miembros de la pareja en el cuidado de las crías). Por tanto, se preguntan si el romanticismo y el amor, además del desbarajuste vital, resulta que también alivian el dolor al activar los sistemas de recompensa. Y se proponen averiguarlo.

Participan 15 universitarios, con 8 mujeres, de 19 a 21 años y una edad media de 20 años. Primero pasan una encuesta, llamada PLS, del inglés “Passionate Love Scale”,  para conocer su nivel de enamoramiento. Los investigadores, para provocarles dolor, les piden que metan la mano en agua a 40ºC o más y que puntúen el dolor que sienten. A la vez, ven la foto de su pareja o la foto de un amigo o hacen una tarea con palabras que distrae y está probado que disminuye la percepción del dolor. También se obtiene un escáner cerebral para comprobar si se activan los sistemas de recompensa.

Pues bien, tanto la foto del amigo como la tarea con palabras distraen y disminuyen del dolor. También lo hace la foto de la pareja pero, el amor, además, activa el sistema de recompensas del cerebro, tal como se ve en el escáner (amígdala, corteza lateral órbitofrontal).

Insalivar

Otra manera de aliviar el dolor es chupar donde duele, algo que todos hemos hecho alguna vez de manera instintiva. Con ello acercamos al dolor la caricia, que ye he mencionado, y la saliva que, ahora veremos, tiene un compuesto con un potente analgésico. Como nos cuentan Catherine Rougeot y su grupo, del Instituto Pasteur de París, las encefalinas son un compuesto de nuestro organismo que alivian el dolor. Se unen a receptores de la membrana de las neuronas y disminuyen la sensación de dolor en el cerebro. Por tanto, lo que sea activa nuestras células sensoriales del dolor y la sensación se transmite al cerebro y, de inmediato, se sintetizan encefalinas para aliviar el dolor, lo que provoca su disminución pero, también, se producen unas enzimas, las peptidasas, que destruyen a su vez a las encefalinas para que, de nuevo, podamos sentir el dolor. Es necesario que esto ocurra pues es peligroso dejar de sentir el dolor; quizá lo que nos hace daño nos puede producir un mal mayor. Así funciona: dolor por cualquier causa, alivio por las encefalinas, vuelta al dolor por destrucción de las encefalinas por peptidasas. Pues bien, la sustancia presente en la saliva, la opiorfina, impide que las peptidasas funcionen y consigue que las encefalinas duren más tiempo y, en consecuencia, que sintamos menos dolor.

Comer y beber

Comer y beber también alivia el dolor, tal como nos cuentan Hayley Foo y Peggy Mason, de la Universidad de Chicago. Es lo que llaman analgesia por ingestión y los autores proponen que comer y beber interfiere, de alguna manera, con la sensación de dolor que llega al cerebro. Es un mecanismo similar, como hemos comentado antes, a la deslocalización del dolor en el cerebro.

Su investigación está hecha con ratas de laboratorio a las que provoca un dolor suave subiendo la temperatura de su jaula y midiendo el tiempo que resisten antes de intentar huir. Comer chocolate, sacarosa o sacarina o beber agua, disminuye la sensación de dolor pues las ratas aguantan más tiempo el calor en sus jaulas. Por cierto, el chocolate que toman, quizá lo más apetitoso de todo lo que ensayan Foo y Mason para aliviar el dolor, es Nestlé Toll House, un chocolate con leche.

Para los autores, que el comer y el beber alivie el dolor es un mecanismo de supervivencia seleccionado por la evolución pues vive más quien aguanta el dolor, atenuado eso sí, y se alimenta que los que, con dolor, dejan de comer y beber.

En resumen, y yendo a lo útil, que beber agua y comer chocolate alivia el dolor.

También es cierto, y lo sabemos por los trabajos de Kristina Eggleston y Theresa White, del MIT de Cambridge, en Estados Unidos, que el chocolate puede aliviar el dolor por la acción de los flavonoides del cacao que está demostrado que disminuyen la inflamación, lo que alivia el dolor, e incluso desactivan algunas cordones nerviosos, por ejemplo el trigémino (aunque también se recomienda evitar el chocolate si se padecen migrañas). Además, el chocolate provoca la liberación de sustancias que alivian el dolor como las encefalinas que antes he mencionado.

Esto de comer y beber parece que funciona, incluso, de manera preventiva, o sea, si se toma antes, y cuando llegue el dolor, dolerá menos. Lo han demostrado Vegard Strom y sus colegas, de la Universidad de Oslo, respecto del café de oficina. A 48 voluntarios, todos ellos trabajadores de oficina con mesa y ordenador, los investigadores les proporcionan café. A 22 de los voluntarios les duele el cuello y los hombros y los otros 26 no se quejan de padecer lo mismo. Entran a trabajar entre las 8 y las 9 de la mañana y, al llegar, toman una taza de café, si les apetece, y un desayuno ligero. Después se sientan en su mesa y cumplen una tarea de procesador de textos en el ordenador durante hora y media, con media hora de descanso. Al terminar, puntúan sus dolores de cuello y espalda entre 0 y 100.

Según las puntuaciones, los que han tomado café sienten un 14% de intensidad de dolor que los que no lo toman. Los autores sugieren que quizá sea que la cafeína inhibe la llegada al cerebro de la sensación de dolor.

Juramentos

Y, para terminar, una técnica de alivio del dolor que todos hemos usado y que, me parece, es muy antigua: jurar, soltar tacos, “echar votos y reniegos” que dice el Diccionario,  utilizar un lenguaje ofensivo y obsceno como definen Richard Stephens y sus colegas de la Universidad de Keele, en Inglaterra. En fin, que jurar es una respuesta casi instintiva al dolor, aunque sabemos poco del dolor que siente el que jura cuando le duele y jura.

Para averiguarlo, nuestros autores trabajan con 67 universitarios, de ellos 29 mujeres, a los que se mide su aguante en tener metida una mano en un baño de agua a 5ºC, mientras unos sueltan palabrotas y los otros palabras cualesquiera. Pues bien, los voluntarios con palabrotas aguantan el frío algo así como un 25% más que los voluntarios sin palabrotas y la sensación de dolor es entre un 20% y un 30% menor. Ya ven, “echar votos y reniegos” alivia el dolor.

Además, soltar tacos también aumenta la frecuencia cardíaca, lo que lleca a Stephens a sugerir que las palabrotas, ante un daño y un dolor, provocan una respuesta del tipo “lucha o huye”, lo que implica una respuesta física intensa para huir o luchar contra lo que hace daño. Es obvio que esa respuesta se ve facilitada por sentir menos dolor y por el aumento de la frecuencia cardíaca.

Sin embargo, ya en el grupo de voluntarios que participa en el trabajo, Stephens detecta que hay personas a las que las palabrotas no les producen alivio del dolor, y en un nuevo trabajo trata de averiguar a que se debe esta falta de respuesta. Consigue una aproximación por medio de una encuesta que revela que los juramentos pierden eficacia para aliviar el dolor si se utilizan habitualmente durante la vida diaria de la persona. En fin, que cuanto más se jure en la vida diaria menos se alivia el dolor con los juramentos.

 

*Eggleston, K.M. & T. White. 2013. Chocolate and pain tolerance. Chocolate in Health and Nutrition. Springer. DOI:10.1007/978-1-61779-803-0-32

*Foo, H. & P. Mason. 2009. Analgesia accompanying food consumption requires ingestion of hedonic foods. Journal of Neuroscience 29: 13053-13062.

*Gallace, A. y 3 colaboradores. 2011. The analgesic effect of crossing the arms. Pain 152: 1418-1423.

*Kammers, M.P:M., F. de Vignemont & P. Haggard. 2010. Cooling the thermal grill through self-touch. Current Biology 20: 1819-1822.

*Rougeot, C. y 4 colaboradores. 2010. Systematically active human opiorphin is a potent yet non-addictive analgesic without drug tolerance effects. Journal of Physiology and Pharmacology 61: 483-490.

*Stephens, R., J. Atkins & A. Kingston. 2009. Swearing as a response to pain. NeuroReport 20: 1056-1060.

*Stephens, R. & C. Unfand. 2011. Swearing as a response to pain – Effect of daily swearing frequency. Journal of Pain 12: 1274-1281.

*Strom, V., C. Roe & S. Knardahl. 2012. Coffee intake and development of pain during computer work. BMC Research Notes doi:10.1186/1756-0500-5-480

*Wisner, A. y 6 colaboradores. 2006. Human opiorphin, a natural antinociceptive modulator of opioid-dependent pathways. Proceedings of the NationalAcademy of SciencesUSA103: 17979-17984.

*Younger, J. y 4 colaboradores. 2010. Viewing pictures of a romantic partner reduces experimental pain: Involvement of neural reward systems. PLoS one 5: e13309

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