Lo que se siente antes de la muerte es una pregunta a la que nadie ha respondido por experiencia personal. Pero qué encontramos en el cerebro justo después de la muerte sí es una incógnita con una respuesta posible. Los componentes del sistema límbico, sobre todo la amígdala y el hipocampo, el tálamo, el cuerpo estriado, el locus ceruleus y la corteza son partes del cerebro que intervienen en la activación de funciones relacionadas con las emociones. Es en esas áreas del cerebro donde se deben buscar cambios en la concentración de neurotransmisores en respuesta a los estímulos que se procesan justo antes de la muerte. En suicidas se han encontrado niveles bajos de serotonina y de compuestos resultado del metabolismo de este neurotransmisor, sobre todo en el cerebro medio. Hay pocos datos publicados, pero también se han podido diagnosticar post-mortem algunas enfermedades mentales, como la esquizofrenia, por la presencia de determinados compuestos en el cerebro.
Sin embargo, no hay estudios sobre estados emocionales intensos y de corta duración, como el miedo, justo antes de la muerte y detectados por la presencia de neurotransmisores y de sus metabolitos. La concentración de estos compuestos en el cerebro “detenido” después de la muerte quizá ayude a comprender el estado emocional del difunto. Por ejemplo, si la víctima de un crimen violento fue consciente de que estaba en peligro su vida, se puede esperar encontrar algún tipo de “huella dactilar” bioquímica en su cerebro que delate esa situación de profundo estrés justo antes de morir.
Uno de los neurotransmisores más importantes ligados a la activación de las emociones es el glutamato. En uno de los escasos trabajos de carácter científico sobre la muerte, publicado por el grupo de R. Hauser, de la Universidad Médica de Gdansk, en Polonia, se mide la concentración de glutamato en el cerebro de ratas, estresadas o en absoluta calma, y a continuación sacrificadas. La concentración de glutamato es mucho más alta en las ratas estresadas. Los autores concluyen que la concentración de este neurotransmisor puede diagnosticar post-mortem el estado emocional ante-mortem del individuo implicado. El mismo equipo de investigación también propone que, como pasa en las hormigas con la secreción de ácido oleico que actua como feromona de que un individuo ha muerto, en la especie humana también pueden secretarse mensajeros con el mismo fin.
Sin embargo, la muerte puede provocar respuestas insospechadas en los moribundos. El New York Times del 15 de enero de 2000 informó de que los hospitales de la ciudad registraron un asombroso 50,8% más de defunciones la primera semana de enero que la última de diciembre de 1999. El periódico sugiere que el hecho se debe al firme propósito de los moribundos de retrasar su muerte y, de esa manera, conseguir vivir el nuevo milenio (o eso creían, discusiones aparte de cuándo comenzaba realmente el siglo XXI).
Wojciech Kopczuk y Joel Slemrod, de la Oficina Nacional de Investigación Económica, de Cambridge, Massachusetts, se preguntaron, a raíz de esta noticia, si el momento de la muerte puede ser, de alguna manera, una decisión consciente y, más en concreto, si esta decisión se puede basar en razones económicas. Para verificar la hipótesis, Kopczuk y Slemrod estudiaron, en las bases de datos de la Hacienda de Estados Unidos, la fecha de la muerte y su relación con el pago de impuestos y los cambios de legislación que suponían que vivir algo más o algo menos afectaba a la cantidad a abonar al fisco. Los autores concluyen que, en primer lugar, hay personas que sobreviven, aunque sea sólo un poco más, si con ello enriquecen a sus herederos. En segundo lugar, es posible que por motivos económicos quizá no se retrase la muerte sino, más bien, la fecha oficial de inscripción de la muerte en los registros. Y, finalmente, afirman que lo que encuentran es retraso en la fecha de la muerte, nunca adelanto, y sugieren que quizá tras ello se esconde, aunque sea parcialmente, una decisión de lucha contra la muerte.
Si el no pagar impuestos consigue que nos empeñemos en no morir, qué no se podrá conseguir con el sexo. George Davey Smith y su equipo, de la Universidad de Bristol, estudiaron la relación entre el sexo y la muerte, relación tan querida y debatida por sabios y poetas desde la más remota antigüedad. Lo hicieron a partir de los datos de 918 hombres de la aldea de Caerphilly, en el sur de Gales, y encontraron que la mortalidad era un 50% menor en el grupo con mayor frecuencia de orgasmos, siempre según sus propias declaraciones. Tengan en cuenta los lectores que una frecuencia alta de orgasmos es de dos o más por semana, y una frecuencia baja es menos de uno al mes. Analícen ustedes su propia conducta, y pongan remedio si les apetece.
*Changeux, J.-P. 1985. El hombre neuronal. Espasa Calpe. Madrid. 366 pp.
*Gos, T. & R. Hauser. 1996. Evaluation of the emotional state shortly before death – science fiction or a new challenge? International Journal of Legal Medicine 108: 327-328.
*Hauser, R., T. Gos, M. Krzyzanoswki & E. Goyke. 1999. The concentration of glutamate in cerebral tissue as a factor for the assessment of the emotional state before death. A preliminary report. International Journal of Legal Medicine 112: 184-187.
*Hauser, R., M. Wiergowski, T. Gos, M. Marczak, B. Karaszewski & L. Wodniak-Ochocinska. 2005. Alarm pheromones as an exponent of emotional state shortly before death – Science fiction or a new challenge? Forensic Science International 155: 226-230.
*Hershey, Jr., R.D. 2000. Rise in death rate after New Year is tied to the will to see 2000. The New York Times January 15.
*Hölldobler, B. & E.O. Wilson. 1996. Viaje a las hormigas. Crítica. Barcelona. 216 pp.
*Kopczuk, W. & J. Slemrod. 2001. Dying to save taxes: evidence from estate tax returns on the death elasticity. NBER Working Paper Series 8158. 30 pp. http://www.nber.org/papers/w8158
*Smith, G.D., S. Frankel & J. Yarnell. 1997. Sex and death: are they related? Findings from the Caerphilly cohort study. British Medical Journal 315: 1641-1644.