Los pingüinos pasan la mayor parte de su vida en el agua y sólo permanecen en tierra para la reproducción. En esa época, los pingüinos Chinstrap (Pygoscelis antarctica) y Adélie (P. adelie) generan considerables presiones internas para propulsar sus heces fuera del nido. Cualquiera que haya visto, o le hayan contado, que un pingüino “dispara” por su extremo inferior se habrá quedado con ganas de investigar cómo lo hace. Este deseo empujó a Benno Meyer-Rochow y Jozsef Gal, de la Universidad Internacional de Bremen, en Alemania, a contribuir a aclarar este asunto, y en 2003 publicaron un artículo con los resultados obtenidos. Según estos científicos, los pingüinos se acercan al borde del nido, le dan la espalda al mundo exterior, se inclinan hacia el interior del nido, levantan la cola, y disparan. El material expelido alcanza como mucho medio metro fuera del nido y deja un rastro, como de un centímetro de ancho y de color blanco o rosa, que empieza a pocos centímetros del borde del nido. El color, blanco o rosa, depende del menú del pingüino, pescado o crustáceo, respectivamente.
Los autores, después de obtener las fotografías necesarias y hacer las medidas pertinentes, nos informan de que el orificio por el que los pingüinos disparan tiene como mucho unos ocho milímetros de diámetro. Entra en el rango habitual entre pingüinos, según lo publicado hasta el momento, que va desde los 4,2 milímetros en el saltador de rocas pequeño hasta 13,8 milímetros en el gran pingüino gentoo. Aunque el orificium venti (término de los autores) se abre en los pingüinos como una ranura horizontal, en el momento del disparo es circular.
Conociendo la distancia que alcanzan las heces, la densidad y viscosidad del material, el tamaño de la abertura por la que se dispara y la altura sobre el suelo a la que se coloca el pingüino, podemos, dicen Meyer-Rochow y Gal, calcular las presiones implicadas en el disparo. Después de complicados cálculos, se llega a la conclusión de que, para disparar materiales viscosos (por ejemplo, aceite de oliva), se necesitan hasta 450 milímetros de mercurio de presión en el recto. Para hacernos una idea del significado de esta cifra, en la especie humana la presión normal es de 20 milímetros de mercurio, a los 30 milímetros los esfínteres se abren y el contenido del recto es expulsado; en el estreñimiento, la presión puede alcanzar los 100 milímetros, pero ya hemos visto que en los pingüinos es cuatro veces mayor.
Como incógnita a despejar queda por saber cómo y por qué elige el pingüino hacia dónde dispara, pues no parece haber una dirección preferente y todos los alrededores del nido están disparados por igual. Quizá, en cada momento, influya la dirección del viento.
Un factor que Meyer-Rochow y Gal no tienen en cuenta es la temperatura del recto y parece que la consideran invariable. Sin embargo, N. Maruta y sus colaboradores, del Colegio Shukugawa, de Nishinomiya, en el Japón, demostraron, en un trabajo publicado en 1987, que en la especie humana la temperatura del recto variaba con un ritmo circadiano, es decir, de 24 horas. Los autores midieron la temperatura en dos hombres y una mujer (que, nos aclaran, pertenecen al equipo de investigación que firma el trabajo) de siete a diez días en las cuatro estaciones del año. El mínimo siempre se obtiene de madrugada y está cercano a 36ºC. El máximo, en cambio, se alcanza entre las 12 y las 18 horas en primavera y otoño; en verano e invierno, el máximo se alarga hasta la medianoche y puede llegar a los 38ºC.
Es posible que los pingüinos sean más sofisticados de lo que creemos, y utilicen sus lanzamientos a distancia como un medio de comunicación, como un aviso de presencia, lo que no sería extraño en animales muy gregarios que forman parte de enormes colonias. Quienes puede que utilicen este sistema de comunicación son los arenques. La especie Clupea harengus tiene la vejiga natatoria, que le sirve para controlar la profundidad a la que se encuentra al llenarla o vaciarla de gas, comunicada con el tubo digestivo. Y, de vez en cuando, según asciende o desciende o es molestado, expele gas por el ano. Magnus Wahlberg y Hakan Westerberg, del Instituto de Investigación Costera de Suecia, investigaron estas flatulencias que, por lo que sabemos, no proceden del proceso de la digestión sino de la vejiga natatoria. Los autores, en el laboratorio, grabaron la salida del gas y descubrieron que era un gorgeo periódico, con una duración de entre 32 y 133 milisegundos, y se emitía en series de 7 a 50 repeticiones. Sin embargo, poco después Ben Wilson y sus colegas, de la Universidad Simon Fraser, en la Columbia Británica, en Canadá, estudiaron el mismo fenómeno en la misma especie y en el arenque del Pacífico, Clupea pallasii, y llegaron a conclusiones diferentes. Los sonidos son los mismos y coinciden con la salida del gas, pero no es este gas, sea de la vejiga natatoria o del tubo digestivo, su origen. Wilson y sus colegas no saben cómo se produce lo que llaman FRT (Fast Repetitive Tick o Repiqueteo Repetitivo Rápido, RRR en español). Como es un sonido habitual en estas especies de comportamiento social, consideran que es un medio de comunicación de los arenques.
Nunca se ha demostrado que las flatulencias sean un sistema de comunicación en nuestra especie pero Louis Lippman, de la Universidad del Oeste de Washington, en Bellingham, lo considera la hipótesis de partida para un trabajo sobre la reacciópn de las personas ante la emisión de un pedo en un contexto social. Curiosamente, los sujetos que sufren esta investigación definen la flatulencia con adjetivos muy variados: gracioso, cortés, malicioso, ofensivo,… Cuando se les pregunta por qué no se tirarían un pedo, siempre teniendo en cuenta que es en un contexto social y no en soledad, responden que depende de si les pueden pillar o no. Es obvio que, al escuchar un pedo, se espera que huela y, por ello, los factores sensoriales implicados más importantes son el auditivo y el olfatorio.
Pero una atmósfera cargada de olor puede ser incluso protectora. La psiquiatra Mena Sidoli relató en 1996 el caso de un niño con una vida muy difícil: nacido prematuro, abandonado por su madre, dado en acogida con problemas en las familias de acogida y, finalmente, adoptado. Cuando este niño siente que está en peligro, se envuelve a sí mismo en una conocida, protectora y acogedora nube de olor construida con sus propias flatulencias.
El equipo de Michael Levitt, del centro Médico para Veteranos de Minneapolis, lleva muchos años estudiando las flatulencias humanas. Han llegado a la conclusión de que el número medio de pedos por día en la especie humana es de veinte. La edad o el sexo no influyen en esta cifra, y las variaciones se deben a la habilidad de la flora bacteriana intestinal en producir más o menos gases a partir de una cantidad dada de alimento ingerido. Sin embargo, hay personas extremadamente flatulentas: el doctor Levitt relata como un paciente, agobiado porque alcanzaba los cuarenta pedos diarios, bajo a veintitrés con un estricto control de la dieta, eliminando lácteos y derivados de los cereales. Por cierto, los gases emitidos son, sobre todo, dióxido de carbono, hidrógeno y metano, aunque Levitt notifica el caso de un paciente que, sorprendentemente, pedorreaba nitrógeno. Tras concienzudos análisis y posterior discusión de los resultados se llegó a la conclusión de que el nitrógeno procedía del aire absorbido. El equipo del doctor Levitt no aclara por dónde se absorbe el aire.
Levitt aconseja que, al tratar a un paciente que se queja de excesiva flatulencia, primero se deben contar los pedos emitidos por día, para decidir si su emisión de gases es normal o se sale del rango habitual; en segundo lugar, hay que analizar los gases emitidos y, si hay dióxido de carbono, hidrógeno y metano, son de origen intestinal, y si es nitrógeno, es aire absorbido.
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