En cualquier sociedad, aquellos que no colaboran con los demás y van por libre, de una manera o de otra son castigados. Y de los resultados de ese castigo se benefician no sólo los que toman la iniciativa de castigar al disidente, sino también los miembros de la sociedad que no han querido o no han osado asumir esa labor. Pat Barclay, de la Universidad McMaster, de Hamilton, en Canadá, asegura que aquellos que castigan reciben además beneficios adicionales en forma de respeto y confianza de sus conciudadanos. Es decir, castigar a los “raros” es practicar el altruísmo con los semejantes y beneficio para uno mismo. Pero el castigo se debe administrar con mesura pues si es desproporcionado o indiscriminado, o sea, no dirigido específicamente a los extraños al cuerpo social, produce el efecto contrario y muchos disgustos para el castigador. Sus conciudadanos son muy capaces de distinguir entre el castigo justificado y el castigo arbitrario.
El mismo investigador, Pat Barclay, propone que el mayor beneficio para el que castiga, como ya he dicho, es la confianza de los demás y, en consecuencia, una buena reputación. Cuando a los miembros de la sociedad se les pida que nombren al ciudadano que les merezca la mayor confianza, elegirán sin dudar al altruista que se atrevió a castigar a los extraños.
*Barclay, P. 2004. Trustworthiness and competitive altruism can also solve the “tragedy of the commons”. Evolution and Human Behavior 25: 209-220.
*Barclay, P. 2006. Reputational benefits for altruistic punishment. Evolution and Human Behavior 27: 325-344.
*Barclay, P. & R. Willer. 2007. Partner choice creates competitive altruism in humans. Proceedings of the Royal Society B 274: 749-753.