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En los conflictos, como el catalán, ¡ponte en su lugar!

 

 

            Me resisto a volver a la ética en la vida política española porque el lector dudo de que pase de la primera línea. Más todavía, porque a menudo masco una idea enrabietada que me atrapa: “aquí todo el mundo sabe hacer bien la tarea del otro, pero ¿qué hay de la propia?”. Es verdad, no exagero e invito a comprobarlo en el día a día de cualquiera y ya verá cuántas veces alguien dice, “lo que pasa es que tal o cual no hace bien lo que debe”. Bueno, un discurso antiguo el mío que no se lleva hoy. Rememora de lejos la cuestión de los derechos y deberes pensados a la vez para todas las personas y pueblos, la de responsabilidad justa y hasta compasiva de unos con otros, y así con todos los valores de referencia en una ética del bien común. Nada del otro mundo, sino los mínimos de justicia necesarios para convivir sin aplastar a los menos competentes y débiles. Otra vez una idea bien sencilla. Ponte en el lugar del otro y verás que no es tan difícil comprender sus razones y pretensiones. Como él tiene que hacer lo mismo, parece lógico pensar que encontraremos espacios sociales de convivencia, mínimos de justicia para definirlos y reglas de  procedimiento para sentirnos razonablemente representados en ellos. Tal vez, provisionalmente y con incomodidad creciente para todos, pero representados en ellos.

 

            Pues bien, el secreto, que no es tal, procede de aceptar algunos valores sustantivos sobre la vida social, disponer de procedimientos legales compartidos y, lo que es vital, contar con ciudadanos demócratas que se ponen en el lugar del otro. El procedimiento democrático sin la argamasa de unos valores éticos, no dura; los valores éticos, sin procedimientos democráticos, son una ideología inaceptable. Ninguno de estos ingredientes subsiste por separado, pero el vector que ha de mantener el vínculo entre ellos es la calidad democrática de los ciudadanos. Una ciudadanía con conciencia democrática es primordial en la reunión de valores compartidos y procedimientos reglados en nuestra sociedad, y la forma más sencilla de verificarlo, la dicha: ponte en su lugar y comprende siquiera las razones que mueven a tus adversarios sobre sus derechos y deberes ¡reales o supuestos! y guarda en todo momento del conflicto tres pautas: el compromiso de respetar su derecho a la palabra, las reglas para que circule toda la diversidad de propuestas y la capacidad de llegar a compromisos políticos y leyes concretas, tanto en lo compartido con alguna facilidad, como en lo que todavía sólo logra un equilibrio precario y a muy corto plazo. Pero siempre y de todos modos, este es el presupuesto: sé demócrata, ponte en su lugar.

 

            Si de la teoría pasamos a la práctica, esta larga entrada es claro que puede proyectarse sobre el conflicto político de Cataluña con el Estado, y en Cataluña internamente; no son unánimes. Y lo mismo podría aplicarse a la gestión política española tan nefasta, con la crisis económica de por medio. Esta segunda es más fácil de discernir, porque es más evidente que ni la clase política en general, ni su mentor, la clase económica dirigente, se han puesto en el lugar de las clases populares más débiles. No lo han hecho en la crisis bancaria; por ejemplo, todavía hoy sustentan una salida en la que nadie devuelve las compensaciones millonarias por una gestión tan injusta como ineficiente. Ya no pienso en que alguien deba ir a la cárcel por dinero, sino en devolver lo robado con multa e intereses bien calculados, y a vivir con lo puesto y modestia. Pero no, y así hasta hoy, ni el regulador ni la fiscalía han llevado al banquillo a los directivos de la antiguas cajas quebradas, de verdad, ni los mercados nacionales de bienes de primera necesidad dejan de estar cautivos por acuerdos políticos oscuros, ni inversiones públicas fracasadas se sabe quién se responsabiliza hoy de ellas, ni es claro cómo se han financiado los partidos, ni por qué lo bancos les condonan las deudas… Ponte en su lugar, en el de la gente de a pie, y comprenderás su incredulidad política.

 

            El otro supuesto es más complejo, el caso catalán, pero la pauta de valoración también procede con la misma lógica. Ponte en su lugar. Veo que nadie se pone en el lugar del otro. Los que dicen la ley y sólo la ley es democracia, son procedimentalistas, pero no podrían responder fácilmente al valor justicia. Para ellos, tal vez es lo mismo, pero en el fondo no es así. Otros dicen que el Estado, y sólo el Estado, es lugar de ciudadanía libre, y lo otro, la nación, es un antojo metafísico. Ya, ponte en su lugar, y responde a por qué ese Estado ya sí es justo por sí mismo y el aspirante, no lo es; pero ¿por qué? ¿Por qué llegó tarde?, ¿por qué la historia crea derechos definitivos?, y ¿qué historia? Ponte en su lugar y comprenderás que ese camino procedimental no es absoluto y que si el gobernante lo gestiona con tanta ideología y opacidad, con razón lo negarán. ¿Qué te queda? Ponte en su lugar y mira por un procedimiento democrático, unos valores éticos comunes y unos ciudadanos demócratas. Y según defiendo para el caso y ¡a pesar de los pesares!, ponte es su lugar es que nadie puede elegir ni como persona ni como pueblo lo que le da la gana, cuando le conviene y por qué es de su propiedad. Ponte en su lugar es buscar en común formas democráticas de compartir salidas políticas; es respetar la responsabilidad solidaria de unos con otros entre los pueblos que vienen compartiendo compromisos contigo; ponte en su lugar es que no te vayas porque sí, como un propietario inmobiliario, porque esa soberanía no obedecerá a fines justos, ni a valores sustantivos ni a sujetos de responsabilidad compartida. Irse en este caso, el catalán, es un fracaso de cualquier ciudadanía por más que se presente como su máxima expresión. Ponte en su lugar es reconocer que los desmanes del nacionalismo español no lo justifican todo. Ponte en su lugar, en el de las gentes sencillas y pueblos que pierden si te vas. Ponte en su lugar.

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