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¡Socorro!, que no es una barca, es una patera

 

¡Socorro!, que no es una barca, es una patera

 

            Aunque ustedes no lo crean, la iglesia católica busca con ahínco cómo renovar los métodos de su acción evangelizadora. Digo que tal vez ustedes “no lo crean”, refiriéndome a los que viven lejos de ese mundo eclesial. Los de dentro, bien sabemos que esto nos ocupa y preocupa. Mi diócesis (Vitoria) ha dedicado las jornadas sacerdotales de junio a esta cuestión.

 

            A unos y a otros nos moviliza la inquietud por cómo desciende el número de quienes se reconocen miembros de la Iglesia y lo practican. Con preocupación, digo desde hace un tiempo que la barca de Pedro no es barca, sino patera. Que nadie lea esto como desprecio. Ser una patera, en los tiempo que corren, es una imagen de mucha dignidad. Desde el punto de vista de la inconsistencia social, sí que me preocupa la metáfora, pero desde la condición moral, la imagen es envidiable.

 

            En las jornadas sacerdotales a que me refiero ha estado muy presente la cuestión de los métodos de la acción evangelizadora; el método, los métodos en plural, como cauce renovado para aliviar una situación de extrema debilidad eclesial, de desconexión con gran parte de la sociedad contemporánea, de renovación compartida de la acción evangelizadora.

 

            Al concluir esas jornadas, y escuchar de varios modos lo de métodos renovados de evangelización (Acción Católica General y cursos Alpha, p. e.), quedaba claro que los métodos son cauces y que son plurales, pero no quedaba tanto el para qué, los fines. El otro polo de la acción evangelizadora es su contenido como experiencias, convicciones, sensibilidades y prácticas características de Reino de Dios: celebrar, testimoniar, compartir y transformar. Esto se puede decir de mil modos, siempre que Jesucristo y el Reino de Dios como Buena Nueva de Salvación para los pobres, y con ellos para todos, sea lo sustantivo.

 

            Cuando volvamos a hablar de la renovación de la acción evangelizadora en cuanto a los métodos o cauces, no debemos olvidar el otro polo, el qué de esa acción; porque el método ayuda mucho a alcanzar un objetivo pero el objetivo, si hay suficiente claridad, ayuda mucho a perfilar el método. Es una relación que nunca debemos plantear por separado. De hecho, si nos referimos a que el método sirve a la acción evangelizadora y la renueva porque logra una honda experiencia personal de Dios, y acoge en verdad la acción del Espíritu, y genera una pertenencia sentida a la comunidad, y se verifica como fe celebrada, testimoniada y practicada, todo eso es fantástico, pero sólo abiertos al otro polo podemos atisbar el contenido incipiente de esas intenciones o logros. Los fines y su identidad (el qué) configuran el método por dentro.

 

            Tengo la impresión a veces de que en esta búsqueda de nuevos métodos o cauces, se da por conocido el territorio a explorar, el para qué de la evangelización, sus referencias normativas en el Evangelio, mientras que crecen en demasía los catecismos las emociones particulares. Esta es la razón de que sea decisivo reconocer siempre el doble polo en nuestra delicada aproximación a la acción evangelizadora en nuestro tiempo. En esta relación, por ejemplo, los métodos se manifiestan a las claras como lo que son, cauces, y los cauces poco discernidos en el para qué suelen operar como embudos; al principio lo acogen casi todo, pero poco a poco, van estrechándose y uniforman definitivamente al grupo y su fe.

 

            Es muy importante verificar siempre que nuestra planificación pastoral evangelizadora cuida el doble polo: el método y el proyecto evangélico de fondo, y desde luego, éste tiene prioridad normativa sobre aquél. Albert Boadella me llevaría la contraría. Lo pongo como ejemplo. No pertenece a la Iglesia ni lo desea, pero nos recomienda extremar el cuidado en la liturgia, cuya belleza misteriosa es lo único que puede interesar hoy al ser humano religioso, concluye. Boadella ama el cauce y lo ve en clave de teatro intenso y bello. Está bien, pero es poco en cristianismo. O ¿es mucho en religión cristiana y no son lo mismo?  Cierta sociología de la religión (Peter Berger dixit) nos augura escasos frutos en el camino de un cristianismo con vocación de encarnar socialmente sus bienaventuranzas, y, sin embargo, notables posibilidades en un cristianismo de misterio, espíritu, credo y calor humano. ¿Qué dirá el evangelio de Jesús de esta elección?

 

            No pocos hablan de la iglesia como pequeña familia de comunidades de fe y vida en contraste con el mundo y sus valores, comunidades de hermanos con convicciones de sentido y vidas morales alternativas, -contraculturales he leído alguna vez-, pero qué significa esto si no acogemos el otro polo, el Evangelio de Dios en Cristo y el servicio a los más pobres del mundo en el qué de los nuevos cauces y logros.

 

            Pues eso. Para pensarlos como una relación circular y jeraquizada (el evangelio). Eso me ha quedado en la mente de estos días como deseo para el futuro que ya está aquí.

 

Vitoria-Gasteiz, 8 de junio de 2017

José Ignacio Calleja

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