Tomaré el fútbol como ejemplo o paradigma de lo que voy a hablar. Es el deporte que mejor conozco. El goteo de casos de profesionales de este deporte que nos sorprenden con actitudes nada ejemplares es demasiado repetido como para pensar en la casualidad. El deporte profesional, – vuelvo a fútbol -, no se merece el afecto que le brindamos. Hace años que lo tengo claro. Me ha gustado mucho practicarlo como aficionado y verlo, pero con el tiempo me ha decepcionado.
El deporte/el fútbol, el que podemos conocer por los medios, está plagado de personas problemáticas dentro del juego, capaces de llevar la competitividad al límite de lo legal; yo creo que a los aledaños de la trampa. Cuando supe que los entrenadores, – no sé si en todos los casos y deportes profesionales -, ensayan la falta y hasta “la trampa” como una parte más del juego, mi decepción fue muy grande. Desde entonces he entendido muchas declaraciones, actitudes y comportamientos inaceptables que rodean el juego profesional en no pocos casos entre el aplauso de sus dirigentes y aficionados.
Las numerosas excepciones que se dan en la élite del deporte no se merecen un juicio tan severo, pero todos sabemos que, una vez roto el equilibrio ético de un colectivo, las personas no podemos escaparnos de él por el cauce de lo individual. El juego limpio de que tanto se habla es, – según observo -, el compromiso de no incurrir en “bajezas y trampas desmedidas”, o, al menos, ser capaz de disculparse fuera de la cancha. No me parece demasiado. Incluso lo encuentro artificial.
Como fuera que alrededor de los mitos deportivos, – y el fútbol se lleva la palma -, hay una afición que se entrega sin reservas morales a los suyos, – sin excepción de países y ciudades -, y que persigue no sé que “ideales” de humillación del otro que pierde tanto o más que la victoria de los propios, poco puede hacerse para convencer a esa gente del fracaso social que el deporte profesional representa. Poco puede hacerse, pero mucho debemos insistir.
Me gustaría, por supuesto, que el mundo del deporte, la élite más destacada, fuera tratada con respeto y no con veneración, comenzando por las exigencias económicas y fiscales comunes a cualquier actividad lucrativa, y siguiendo, por lo que deben a la sociedad en ejemplaridad y nobleza sinceramente apreciada. El juego limpio, – donde la trampa, la violencia, el insulto y la humillación queden desterrados -, debería ser el mínimo a defender y exigir siempre.
Que, ¿de qué hablo? De las barbaridades que escucho en la banda observando el deporte, – ¡incluso aficionado! -, y viendo cómo se traspasan todas las líneas del respeto mínimo, entrando en la provocación, el racismo, el insulto y la trampa como estrategia. Veo a los jóvenes, ¡y aun niños!, a amigos y progenitores de esos jóvenes, aprendiendo y compartiendo que eso vale y es parte del juego; en realidad, que es parte de la vida. Muy decepcionante, se tome por donde se tome. De hecho, seguir de cerca la banda de un modesto juez de línea en campos de cuarta, – es un decir -, resulta insufrible. Lo aseguro.
Y es que mientras se jalee a los héroes del estadio por una u otra acción deportiva interesante, y eso se convierta en máxima de la existencia del grupo y la ciudad, no veo cómo reconocer ahí todos los valores que desde dentro se reclaman, y desde fuera, incluso entre los teóricos de las ideas, se quiere ver. Con un sentido crítico nada exagerado, es obvio que lo hermoso del deporte de competición se ha transformado, y transforma a las personas en general, en algo a menudo zafio y falso; y las personas que lo dirigen, practican y aplauden, participan de ello sin especial reparo. Es un espacio social, – el deporte -, demasiadas veces tan falso en valores como el más desacreditado hoy; por ejemplo, el político. Igual. Mucho saludo y toque de manos a la salida, pero en la cancha es la guerra, y entre las gradas y el campo, la relación es muy injusta y no pocas veces, indigna.
Sinceramente, no creo que en el deporte, – hablo como observador -, se vivan tantos valores y del modo como se dice por quienes lo ensalzan. Ni de lejos. Hasta los intelectuales juegan en esto al despiste. Más bien creo que tratan de legitimarse en unos buenos deseos frente a lo que viven en su interior y conocen como realidad cotidiana. Urge mejorar y hay margen de sobra.