Algunos ensalzan el valor “social” del viaje y los discursos de Benedicto XVI en Cuba. (Pocos, es verdad). No estoy de acuerdo. “Socialmente” han sido muy imprecisos y vagos. Supongo que perseguía objetivos eclesiales. Pero, ¿cuáles? Sólo en la despedida ha sido más claro, por primera y última vez, y así esta petición: “que nadie se vea impedido de sumarse a esta apasionante tarea (bien social común) por la limitación de sus libertades fundamentales, ni eximido de ella por desidia o carencia de recursos materiales”. El bagaje final y público sobre “la justicia democrática y social” es muy pobre; el resultado a medio plazo, siempre queda algo. Pero en vivo y en directo, poca cosa. Además se ha hecho ya una costumbre “política” de los viajes de Bendedicto XVI. Es lo que hay. Su batalla es “eclesial y religiosa”; desencarnada y sesgada, pero ése es el próposito al que se subordina todo lo social y su justicia. No es bueno para nadie. Para la fe, tampoco. Sin compromiso social y claridad de palabra ética, ¡compasiva y pidiendo perdón propio!, la religión de Jesús no es creíble. Paz y bien.