Léase como borrador. Como yo lo veo). Es imposible salir con bien de un diálogo sobre este asunto y el instinto me dice “mejor callar”, pero anoto esto por situar el buen juicio; luego, que cada cual piense lo que quiera y sopese sus razones:
José Antonio Pagola fue profesor de la Facultad de Teología de Vitoria-Gasteiz, mientras quiso y tuvo tiempo. A ella ha vuelto cuando quiere como “a su casa”.
José Antonio Pagola tiene y ha tenido siempre el máximo aprecio y reconocimiento de esa Facultad.
José Antonio Pagola ha tenido en esa Facultad el reconocimiento teológico de su obra y el apoyo público de no pocos de sus profesores, en los momentos más críticos de su “proceso” por la CDF de la CEE.
José Antonio Pagola sabe que la Facultad de Teología de Vitoria ha sido la más comprometida de España y, por ende, criticada, con lo que representa su empeño pastoral y cristológico. La más comprometida, así de claro.
No me extraña que no haya dicho ni palabra sobre esa Facultad, porque la ama tanto y se sabe tan amado, que cualquier decisión que su Consejo tome, por razones internas a esa Facultad, a José Antonio Pagola le ha de parecer buena para él. Estoy seguro.
También comprendo que haya cristianos que esto no lo entiendan ni lo acepten. Por supuesto y es legítimo. Desde fuera, yo tampoco lo haría fácilmente. José Antonio Pagola no estaba designado, ni se le denegó por el Consejo. Había varios candidatos, a modo de lluvia de nombres, y ninguno designado. Vista la oposición del Vice Gran-Canciller y de algunos miembros del Consejo sobre la candidatura de Pagola, se decidió no proponer a ninguno de los teólogos-as que estaban sobre la mesa, es decir, no seguir con el plan de conferir un doctorado honoris causa. Supongo que el Consejo pensó que en este proyecto era mejor contar con (casi) la unanimidad, incluido el Vice-Gran Canciller, que no romperse en grupos, hasta imponerse uno de ellos, con claro daño para la Facultad y para los candidatos. Comprendo que, desde fuera y sin esta perspectiva, otros exijan aceptar el conflicto y mostrar las costuras abiertas de la Iglesia en la Facultad, pero la Facultad, su Consejo, al parecer, no pensó que debía jugarse todas las cartas en esta decisión. Supongo que cualquiera pasa por tesituras personales e institucionales así en su vida, y decide lo que considera mejor, sin ser injusto.
Actualmente, es imposible volver con el asunto del doctorado honoris causa al Consejo, ni de Pagola, ni de los demás candidatos, ni del mío (entiéndase la broma), porque sin (casi) unanimidad la Facultad no va a sacar adelante una decisión de honor que la rompe por dentro, o que manifiesta un conflicto de teologías y pastorales que no quiere empujar a primer plano por ese camino; para eso están las revistas, las publicaciones, las mesas redondas, los consejos pastorales, los foros de teología, etc. Otra cosa es que tal o cual profesor apoye o critique esto o lo otro, sobre Pagola o sobre el teólogo que quiera, pero la Facultad es imposible que vuelva a esta cuestión.
Y si se trata de ensalzar a José Antonio Pagola y su obra, no hay ninguna dificultad en reconocerlo por mi parte, y de muchos otros, pero no con la forma de un doctorado honoris causa porque la Facultad no es (casi) unánime en este deseo, y preferimos preservar otros objetivos imprescindibles para nuestra vida académica, sin ser injustos. José Antonio Pagola lo sabe, porque esto mismo lo ha vivido de mil modos en sus responsabilidades pastorales. O ¿desde cuándo la lectura samaritana y kenótica del Evangelio ha provocado unanimidades en la Iglesia, en las Facultades y en la Teología? Siempre provoca rupturas y Pagola es candidato natural a padecerlas, lo sabe, y sabe que nuestra Facultad es, como institución, la más próxima a sus empeños teológicos. Luego, llegará hasta donde el momento y la ponderación requieren, y yo lo entiendo. Sin injusticia de por medio, prima la prudencia. Como todo el mundo -con responsabilidades hacia otros- hace en lo suyo.