>

Blogs

En cristiano

Sobre la Misa o Eucaristía, y Jesús

 

 

 

 

 

 

 

 

Un texto muy digno e interpelante. José Ignacio Calleja

________________

En memoria de mí, en memoria mía

 

La comensalidad de los discípulos de Jesús

 

                 Benjamín Forcano –Rufino Velasco

 

 

 

Alcance y dificultad del tema

 

                                                                               Al comenzar este tema, confesamos que nos acompañan dos sentimientos: primero, que no vemos que dentro de la cristiandad haya una disponibilidad general a entender la Cena de Jesús –que hoy llamamos Misa o Eucaristía– tal como Él la vivió y nos la quiso transmitir. Y segundo que, de ser esto verdad, el reto que se nos plantea es enorme: cómo reintroducir en los ámbitos de la vida cristiana la visión originaria de Jesús.

 

Si uno está un poco familiarizado con la liturgia  eucarística verá enseguida dos cosas: que es tema obsesivo el del sacrificio y el de que  Jesús se convierte en altar, víctima y sacerdote. La Ultima Cena se reduce  a “sacrificio”, siendo Jesús la víctima santa e inmaculada, que nos redimió del pecado original y queda, por tanto, como víctima preparada por el Padre para la Iglesia.

 

Creemos que transcurre por ahí el meollo de la cuestión: la ideología de sacrificio. Y la pregunta inevitable entonces  es ésta: ¿Si la Ultima Cena no es sacrificio,  por qué y cómo se ha reducido históricamente a esa categoría? ¿Qué significa propiamente esa reducción?  ¿Cómo  habría que entenderla y qué reformas serían necesarias?

 

Cuatro consideraciones previas 

 

1. La Cena pascual de Jesús

 

  La pascua judía  coincide con  aquel mes de Nissan (Marzo-Abril) en que la naturaleza se libera de las cadenas del invierno y que el israelita asimila con la esclavitud,  cadenas que los padres tuvieron que soportar  en Egipto durante siglos.

 

 Esclavitud y liberación son, pues,  las piedras fundantes de Israel, una experiencia que requiere una continua travesía, de manera que ninguno olvide  la alianza que Dios quiso establecer  con un pueblo de esclavos. La cena pascual es la madre de todas las fiestas. El Éxodo de Egipto indica la necesidad de una liberación permanente.

 

Jesús, en su pueblo de Nazaret, revivía cada año  en familia   esta fiesta  de la liberación del Faraón. La celebran en casa, sentados, en torno a una mesa  con parientes y amigos, con  los elementos que les llevan a recordar la historia de la liberación. Tal comida no se celebraba en la sinagoga ni el templo, ni contaba con sacerdotes, ni con lecturas estandarizadas, gestos ritualmente definidos, hábitos o útiles “sagrados”.

 

Hoy, sin embargo, la Eucaristía presenta una articulación estricta y meticulosa según el canon de  cuanto en ella se desenvuelve. Y esto de manera uniforme, una y mil veces, por uno y mil sacerdotes,  en todos los rincones de la tierra, y aunque se trate de una variedad infinita de personas, edades, situaciones, pueblos y culturas distintas.

 

        

 

          La manera monóloga y ritualizada  de entender la Eucaristía explicaría el hecho de que  después de millones de Misas celebradas semanalmente en los cinco continentes, no acaezca nada nuevo en la sociedad, mientras la cena pascual de Jesús, teóricamente idéntica, ha marcado una vertiente en la historia de las religiones.

 

 

 

2.El Sacrificio de Jesús en el rito, clave de bóveda que sostiene el modo celebrativo de la Eucaristía actual

 

El concepto de sacrificio aplicado a la Eucaristía, subyace como base de  un proceso histórico de la Iglesia, que condiciona  la  desigualdad entre sus miembros con  la división entre clérigos y laicos y  la sacralización de un poder destinado a mantener un orden y clases sociales.

 

              Basta con recordar algunos textos del Magisterio eclesiástico hasta el concilio Vaticano II:   La comunidad de Cristo  no es una comunidad de iguales, en la que todos los fieles tuvieran los mismos derechos, sino que es una sociedad de desiguales” (Constitución sobre la Iglesia, Vaticano I, 1870). – Por su misma naturaleza, la Iglesia es una sociedad desigual con dos categorías: la   jerarquía y la multitud de fieles; sólo en la Iglesia Jerarquía reside el poder y la multitud no tiene más derecho  que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores” (Pío X, Vehementer, 12.)

 

             Estas ideas han arraigado profundamente en la cristiandad. Tan profundamente que aún hoy son guía y criterio de muchos.

 

 

 

 La Cena del Señor centro de la liturgia de la Iglesia

 

1º) La Cena de Jesús como sacrificio

 

         El concepto de sacrificio  reaparece como  centro  de la oración de la    liturgia. He aquí tan sólo unos textos: -“Oh Señor, que te sea agradable nuestro sacrificio que hoy se cumple delante de ti”.-“Padre clementísimo, te suplicamos que aceptes estos dones, este santo e inmaculado sacrificio”.- “En este sacrificio, oh Padre, nosotros tus ministros y tu pueblo santo, celebramos el memorial de la santa pasión  del Cristo tu hijo”. -“Mira con amor, oh Dios, la víctima que tú mismo has preparado para la  Iglesia” (SC, 7). “Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios Padre todopoderoso”.

 

      El mismo concilio Vaticano II recoge esta tradición, aun cuando luego la modifique y  enriquezca profundamente: “Nuestro salvador, en la última Cena,  instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con  que perpetuara por los siglos , hasta su vuelta, el Sacrificio,  memorial de su muerte y resurrección,  y así confiara a su esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección; signo de unidad, vínculo de caridad , banquete pascual, en el cual se come a Cristo” (SC, 47).

 

         2º) La interpretación dada a la Cena como sacrificio

 

Admitamos que la Ultima Cena sea un Sacrificio, ¿pero en qué sentido?

 

La historia de lo que le ocurrió a Jesús es muy simple: El es un profeta, se opone a toda ley inhumana, repudia el rumbo exhibicionista de una religiosidad interesada en las apariencias, propone una nueva imagen de Dios como Bondad sin fin y sin discriminaciones, ataca el objeto más sagrado para el israelita, el Templo, asociado a mercadocueva de bandidos, hace el bien en modo y tiempos no oficiales, atestigua con autoridad que en  el Reino del Padre entran primero los samaritanos que los  fariseos, las prostitutas primero que los justos, los que han padecido primero que los que han gozado, los bondadosos de corazón primero que los poderosos, los operadores de la paz  y de la justicia primero que los mojigatos que sacrifican animales. 

 

         Ciertamente, Jesús  no dice que  va a morir  por  los pecados  del mundo, sino que es espiado,  perseguido y condenado por blasfemo y sedicioso. Se ha hecho hijo de Dios y es un revolucionario político que pone en peligro la legitimidad del Gobernador romano. Y, para estos casos,  las autoridades  reservan  la crucifixión.

 

) El sacrificio de los fieles

 

             La ideología del sacrificio deforma ciertamente la figura histórica de Jesús y también de los congregados en su nombre en   la asamblea de los fieles.

 

             En la Cena última, Jesús trata de  que los discípulos   aprendan a hacer lo que él hizo, volviéndose disponibles y serviciales  para que otros  se beneficien. Es una cena pedagógica, internamente estimuladora.

 

           La Eucaristía de hoy es, por lo general,  impositiva, hay que limitarse a escuchar, repetir y hacer  mecánicamente cuanto está reglamentado.     La relación entre el sacerdote y la asamblea es vertical. Un único actor en escena, varón y ordenado, célibe, sentado sobre un trono, separado de los “súbditos”, y detrás  del altar   sacrificial, incapaz de intercambiar con los otros sus experiencias, por lo que lógicamente  acaban por sentirse extraños los unos a los otros. La imagen del celebrante arriba y de  los fieles abajo, visibiliza  la separación de ambos polos. A  través del rito se sanciona, en nombre de Dios, la disyunción irreparable entre quien retiene el poder  de la palabra  y quien está privado de ella; entre quien ordena y obedece; entre quien está sobre y quien está abajo; entre quien está sentado en un trono y quien es siervo.

 

5º) ¿Tran-sustanciación del pan o de los cristianos?

 

         Primero. El concilio de Trento es taxativo: “En la Eucaristía, después de la consagración del pan y el vino, Jesucristo se contiene verdaderamente, realmente y sustancialmente bajo la apariencia de esas cosas sensibles”.

 

Son dos las condiciones para que Jesús descienda a la Asamblea: 1.Que esté  la materia  (pan y vino de uva). 2.Y que haya un celebrante (ordenado, célibe y varón).

 

Si el sacramento no es administrado por un sujeto “ordenado” tal sacramento no se da. Paradójicamente, la Misa es nula si se celebra por una comunidad reunida en nombre del Señor pero sin un sacerdote. Y es válida si se celebra por un célibe “consagrado” de una forma absolutamente privada.

 

En buena lógica, es así: si la Eucaristía es sacrificio y no Cena en recuerdo del Nazareno, entonces puede bastar el celebrante-sacrificante, dado que los sacrificados no tienen ninguna importancia.  Una misa, en esta perspectiva, se considera válida aun con ausencia de los fieles. Un poco como si  Jesús hubiera celebrado la “Cena de pascua” en soledad monacal. Queda así desfigurada la memoria de la Cena del Señor. 

 

         Cuando, sentado a la mesa, Jesús toma el pan  y el vino y dice a sus amigos: cuando os reunáis en mi nombre, haced memoria de mí, de lo que ha sido mi vida y  mi proyecto,  salid dispuestos a perpetuar esta mi forma de vida,  mi forma de entender a Dios y de trataros los unos  a los otros: “También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros, como yo os los he lavado”.

 

Segundo: Se trata, por tanto, de saber no  cómo ni cuándo se verifica la trasformación de la sustancia del pan y del vino en la del cuerpo y de la sangre del Señor, ni quién tiene autoridad para hacerlo, ni vivir pendientes de si la transustanciación se ha realizado en las condiciones debidas y si bajo la apariencia externa del pan y del vino está Jesús  realmente y podemos adorarlo permanentemente.

 

          A Jesús, no le interesa mínimamente modificar de un modo omnipotente un trozo de pan, ni que los fieles de medio mundo se reúnan para un rito semanal sin modificar la propia existencia. En continuidad con los profetas, recuerda que el Padre odia los sacrificios y le agradan sólo las plegarias seguidas  de una cuidadosa atención  hacia los necesitados y excluidos, porque ´La santidad habita en  quienes de verdad escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica´” (Lc, 11, 27-28).

 

         De la vida de Jesús  es difícil deducir que tuviera mucho interés  en que la hostia estuviera consagrada por un erudito representante. Su invitación es que los discípulos se saluden, se hablen con sinceridad, estén ligados con vínculos  de amistad. Que sean una prolongación de la naturaleza amorosa de Dios.

 

Tercero: Si a base de repetir el rito del Sacrifico llegamos a convencernos de que ya estamos redimidos, en lugar de examinar en qué medida estamos cumpliendo su mandato “En esto conocerán todos que sois discípulos míos en que os amáis unos a otros”,  no es difícil entonces concluir que nuestras eucaristías pasan a ser una idealización del amor, sin sospechar que a lo mejor  estamos traicionando el sentido original de la eucaristía, pues en lugar de unidos, nos sentimos extraños; en lugar de pan para compartir  una Cena asistimos a un sacrificio; en lugar de pan para compartir sólo hay “hostias” preparadas industrialmente; en lugar de  presentar y distribuir bienes  sólo se alcanza a dar alguna limosna.

 

         Pese a esta constatación, el clero sigue validando  la celebración de la Eucaristía sin que  se cuestionen la necesidad  de renovarla (cfr. SC, 11,14, 21,37).

 

             Con razón escribe José Antonio Pagola: “La crisis de la misa es, probablemente, el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo  en el cristianismo actual. Cada vez aparece con más evidencia  que el cumplimiento fiel del ritual de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los siglos, es insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita hoy la Iglesia.

 

             El alejamiento silencioso de tantos cristianos que abandonan la misa dominical, la ausencia generalizada  de los jóvenes, incapaces de entender y gustar la celebración, las quejas y demandas de quienes siguen  asistiendo con fidelidad   ejemplar, nos están gritando  a todos que la Iglesia necesita en el centro mismo de sus comunidades una experiencia sacramental mucho más viva y sentida. Sin embargo, nadie parece sentirse responsable de lo que está ocurriendo.

 

             Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás  no tan lejano, una iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación, emprenderá  la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su responsabilidad  apostólica para tomar decisiones que hoy no nos atrevemos a plantear”.

 

 

 

La misa no es un sacrificio

 

1. ¿Qué es lo que caracteriza el sacrificio de culto?

 

El que ofrece el sacrificio a la Divinidad pretende ofrecerle un bien, grangearse su favor, hacerle intervenir en su provecho o aplacarle por crímenes cometidos. “Sacrificar  es ofrecer algo  a la Divinidad como don y, por consiguiente, perder lo que se ofrece,  pero siempre bajo el principio del do ut des, te doy par que tú me des,  es decir, para ganar algo, para recibir algo mejor  que lo que se ha ofrecido o perdió. Y esto que es mejor es la ayuda de la Divinidad, su favor, su perdón” (Roger Lenaers, Otro cristianismo es posible, Ed. Ab-yayala, 2008, p. 186).

 

              Quien procede así con la Divinidad es porque cree que a Dios le falta algo y se lo quiere dar. ¿Le ofrecemos a Dios un sacrificio porque es ávido de cosas materiales: animales, oro, plata, joyas, vino, aceite, incienso, etc. o más bien  porque queremos demostrar su reconocimiento supremo dando o destruyendo en su honor lo que poseemos?

 

         El sacrificio de expiación serviría para aplacar a un Dios que se siente enojado. Si Dios es justo y obra según razón y derecho, ¿qué es lo que lo que esperamos cuando le ofrecemos sacrificios de intercesión: que cambie, que revoque algo que no nos conviene,  que se deje sobornar…?

 

Resulta extraño que estas prácticas hayan  calado en la comunidad cristiana, contra  la imagen que Jesús nos da de Dios. Jesús fue crítico con el culto sacrificial: “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13). “A pesar  de ello, una manera de pensar y de hablar  cercana a la sacrificial  no sólo revivió  con fuerza en la Iglesia  y penetró toda la piedad, sino que se impuso  como interpretación oficial  y exclusiva  incluso de la muerte de Jesús, así como del culto central de los cristianos, la eucaristía.  Esta interpretación de la muerte  en cruz de Jesús  y de la eucaristía creció  íntimamente unida con la tradición  cristiana y por eso pretende ser valedera” (Idem, p. 189).

 

2. La Eucaristía no es el sacrificio de la cruz

 

La muerte de Jesús no se la puede seguir interpretando como un sacrificio y menos como un sacrificio de expiación y, sin embargo,  todavía se presenta la sangre de Jesús como un precio de rescate exigido por Dios.

 

         El concilio de Trento  interpreta la eucaristía como la representación del sacrificio de la cruz y aún, en el mismo Vaticano II, se nos dice  que Jesús está presente en el sacrificio de la  Misa: “Cristo está presente en el Sacrificio de la Misa “(SC, 7); ”Los trabajos apostólicos  se ordenan a que todos  participen en el Sacrificio y coman la cena del Señor” (Idem, 10). 

 

 3. Seguimos con la idea de la Misa como sacrificio

 

Creemos, en primer lugar, que  debemos comenzar por abandonar el lenguaje de sacrificio  tan presente en nuestra liturgia y hay que introducir otras interpretaciones más válidas  y  con otras palabras.  Se puede.  La eucaristía no  es la representación incruenta  del sacrificio de la cruz y que tiene  un valor infinito.  Porque si es un una representación, no es un sacrificio verdadero. Y si es una representación, tampoco se lo vuelve a hacer presente, pues un hecho histórico es irrepetible. La muerte de Jesús ni se repite ni se la sustituye.

 

En segundo lugar,  la eucaristía no es sacrificio porque ni hay víctima (la cual sería Jesús) ni él es el sacerdote que la inmola (sería autoinmolación). Jesús es víctima, ciertamente, pero “víctima de la alianza entre la razón del Estado romano y el odio de la Casta sacerdotal judía”.

 

En tercer lugar, ¿cuál pudiera ser el sentido de repetir constantemente  un  sacrificio de un valor infinito?  ¿Es de valor infinito y se limita  a liberar las almas del purgatorio? ¿En qué consistiría su eficacia infinita?

 

         Cuando decimos ofrecer este sacrificio a Dios, ¿qué es lo que sacrificamos? ¿Queremos reafirmar que es Jesús mismo quien  se sacrifica y pedimos  a Dios que lo acepte? ¿Pero no lo aceptó ya?  ¿Vamos a regalar  algo a Dios cuando El nos ha regalado todo?    “Todo el ámbito semántico del sacrificio  se nos ha vaciado de contenido y tal lenguaje no puede ser auténtico”. (Roger Laeners).

 

 Hablemos, pues, de la eucaristía, pero desde otra interpretación.

 

         “La última Cena  es el aspecto privilegiado  en el que Jesús, ante la proximidad de su muerte, recapitula  lo que ha sido su vida y lo que va a ser su crucifixión. En esa Cena se concentra y revela de manera excepcional el contenido salvador de toda su existencia: su amor al Padre y su compasión hacia los humanos, llevado hasta el extremo. Por eso es tan importante una celebración de la eucaristía. En ella actualizamos la presencia de Jesús  en medio de nosotros. Reproducir lo que él vivió  al término de su vida, plena e intensamente fiel al proyecto de su Padre, es la experiencia privilegiada que necesitamos para alimentar nuestro seguimiento a Jesús y nuestro trabajo para abrir caminos al Reino. Hemos de escuchar con más hondura el mandato de Jesús: “Haced esto en memoria mía” (José Antonio Pagola).

 

 

 

          En la Misa hacemos memoria de Jesús y, con él y  como él,   tratamos de realizar juntos nuestro compromiso por la unidad, la justicia, la fraternidad, el amor, el cuidado por los más pobres. Y tomamos  aliento de la vida de tantos seguidores suyos, recordando su vida, testimonios y enseñanzas. Y esa memoria resulta inquietante, subversiva, comprometedora.

 

  Cuando el Concilio se propuso la reforma de la liturgia, era consciente de que en la Liturgia se habían adherido muchos elementos históricos inapropiados, y así trató de procurar una reforma que hiciera comprensible la liturgia al pueblo, para lo cual era prioritaria la educación litúrgica del clero. Y señaló como contrarias a esa reforma una pretendida uniformidad en la  liturgia que no respetara las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos, la negación de variaciones  y adaptaciones legítimas a cada lugar, así como que los cristianos asistieran a la misa como extraños y  mudos espectadores.

 

Epílogo: recuperar el único y común sacerdocio de Jesús

 

Tras dos mil años de historia, la Iglesia de Jesús ha seguido sus huellas, nunca perdió su razón de ser, que era vivir y anunciar el Reino de Dios, – el proyecto de  Dios Padre- para fundar una familia universal,  de hermanos, viviendo en igualdad, justicia, solidaridad y paz.

 

Lo que en un principio expresó y aseguró este proyecto,  fue la vida misma de Jesús,  libre ante otros proyectos, judíos y paganos, que lo desnaturalizaban con jefes, leyes, ritos y costumbres que establecían clases,   desigualdades,  discriminaciones y privilegios entre unos y otros. 

 

1. Jesús no vino  a encuadrar su vida bajo el marco  de ningún poder religioso o civil, que lo pudieran apartar del Reino de Dios. Anunciaba lo más sencillo y primordial: todos éramos criaturas humanas, hechura de Dios, iguales en dignidad, valor, derechos y corresponsabilidad.

 

2. Esta igualdad primordial se desvaneció poco a poco  apelando al mismo Dios,  estableciendo  entre  El y la Sociedad una  mediación  sacerdotal,  elevada a clase superior, dotada con poderes especiales sobre los demás, y que los diferenciaba esencialmente.

 

3. Jesús, con su vida, estableció otro camino para conocer, tratar y llegar a Dios. No exhibió títulos, cargos u honores que lo colocasen por encima de nadie, por eso no dejó de ser lo que era, un ser humano –el hijo del hombre por excelencia- igual que  todos, un laico o ciudadano normal, que se proponía reivindicar lo que en las instituciones religiosas y civiles, respaldadas o no por Dios, aparecía en gran parte pospuesto y despreciado: el valor sagrado de todo ser humano y, en especial, de los que menos contaban para el Sanedrín y el Imperio:  los empobrecidos y marginados. Esa iba a ser su preocupación básica, no permitir que a  nadie  se le arrebatase esa su dignidad y se lo sometiera a ninguna opresión o discriminación, por ser,   precisamente los más necesitados y desfavorecidos, los preferidos de Dios.

 

4. Gran parte de la evolución de la Iglesia reposa sobre la extraña e histórica  división que en ella se hizo entre clérigos y laicos, razón para justificar que la Iglesia es  una sociedad de desiguales.  Urge, por tanto, volver a la comensalidad fraterna, igualitaria y servicial de la Eucaristía para recuperar el significado auténtico del sacerdocio de Jesús, común y propio de todos sus seguidores y entender que la comunidad eclesial,  toda ella es sacerdotal, y es ella la que en cada momento  y situación debe determinar las tareas o ministerios que le incumben. 

 

5. Para llevar a cabo esta su misión, él no fue ni se hizo llamar sacerdote al estilo judío ni de  otra religión oriental. El iba a fundar un nuevo sacerdocio, más adecuado a la voluntad y modo de ser de Dios: desvivirse hasta el extremo para que nadie fuera menos que nadie, que nadie fuera esclavo, pobre, subordinado de nadie.  Y, en su coherencia, le tocó enfrentarse con los guardianes del poder religioso y civil, que le exigían dejar de lado su ”heterodoxia”, su manera revolucionaria de presentar a Dios como Padre y valedor de los más pobres,  demoledor a la par del poder, la soberbia, hipocresía y  privilegios de los que decían representarle. Si algo se declaraba él era ser misericordioso y  servidor  de los  más pobres,  de los últimos. Su destino –obviamente- aparecía irremisible: sería crucificado.   

 

6. Jesús, tras dejar expuesto y realizado en sí  el plan de Dios, -su Reino, su proyecto- convocó a otros a que le siguieran e hicieran lo mismo. Y se lo dijo, después de vivir y ser acompañado por ellos,  con entrañables palabras  en la Cena de despedida: “Cuando os reunáis en mi nombre, haced  todo esto en memoria de mí”. Que ese reuniros para compartir el pan y el vino, en una misma mesa, sirva para recordar el camino que con vosotros he recorrido,  las enseñanzas que os he dado, aquello por lo que yo he vivido, luchado y por lo que he sido odiado, perseguido y crucificado. Sólo así seréis comensales  míos, auténticos comensales de la cena a mi lado hoy  celebrada, y  podréis transmitirla  a otros muchos que quieran hacer suya nuestra causa: el Reino de Dios.

 

 

 

 

                

Temas

Sobre la vida social justa, sin dogmas

Sobre el autor


agosto 2016
MTWTFSS
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728
293031