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En cristiano

¿Cómo interpela la crisis económica y social a la Iglesia?

 

   

         Hace no demasiados años, hablar de la dimensión social de la fe era tanto como meterse en política. Había minorías cristianas que defendían ese empeño de la fe en la justicia social, pero la mayoría de los creyentes presumía más bien de evitar el mundo. Vivíamos al abrigo de riesgos mundanos: “Solo tengo un alma que salvar, de la inicua política la debo preservar”. Así discurría la vida social de no pocos católicos y la Iglesia española se refugiaba en nombramientos episcopales y movimientos cristianos de signo conservador.

 

            Al estallar la crisis económica y social hemos querido taponar la sangría de parados y pobres con palabras de moralidad individual y con no poca caridad colectiva. Desconcertados, hemos mirado a la crisis, y alguien ha recordado, “estaba ahí, incubándose, ahí, bien cerca, pero no la queríamos ver”; bien dicho, pero es igual: casi nadie ve una crisis hasta que no le afecta de lleno. El caso es que ya no había remedio y con prisa nos hemos lanzado a la caridad organizada, y hemos hecho cosas importantes, pero sin aceptar de inicio el porqué de los perdedores y quiénes tienen mayor responsabilidad en ellas, y cuál ha sido la nuestra y en qué vamos a cambiar.

 

            Ahora ya la conciencia social de la fe es imparable. Respiramos por el amor de Dios y vivimos para que fluya como vida buena y justa en nosotros, es decir, como Reino de Dios que – ya sí, todavía no en plenitud– quiere nacer de las entrañas de la historia cotidiana de la gente como equidad social y salvación; de la historia de la gente más pobre y vulnerable al rehacer su dignidad de persona: en su familia, en su casa, en su ciudad y, sobre todo, en los niños que tienen derecho a unas oportunidades de vida digna. Sin vida digna para esas personas, pronunciamos el nombre de Dios en vano. Porque “Dios trajina su salvación con nuestras vidas cotidianas cuando son buenas y justas”, ha escrito alguien. O de otro modo, porque hacerse prójimo del necesitado y débil es el primer mandamiento moral. ¿Quién está necesitado de mí para que yo me aproxime?  Ante tamaña pregunta, sólo me atrevo a añadir que todo empieza en casa, en el barrio y en el trabajo; y que la justicia también son estructuras económicas y sociales equitativas. Nunca olvidemos esta relación, aunque no nos convenga.

 

            Y en esto, llegó Francisco, y dijo, los cristianos todos en misión, y la justicia, al centro de la vida social, y el sistema económico de propiedad absoluta y especulación masiva es idolatría pura; más todavía, mata cerca y lejos. Y han vuelto los nervios. Los cristianos -a los que pertenezco-  se saben entonces convocados a implicarse en la red de acciones de caridad inmediata en lo que no puede esperar, y de denuncia social en lo que es injusto por demás, y de programas de promoción de personas y concienciación social en lo que da más tiempo, y de apoyo al movimiento civil de que otro mundo más justo es posible, porque de otro modo y con menos, podemos vivir todos y bien.

 

            Ya no preguntamos quién lo sabe todo sobre el futuro, sino quién quiere buscar con nosotros algo nuevo y más justo para todos. Nos sabemos, así, nudos en la red del movimiento cristiano y civil por un mundo más justo, y reconocemos que la esperanza en esa lucha por la justicia es hija de la ética y de la fe: lo que hicisteis a uno de estos más pequeños, conmigo lo hacíais. Cada persona a la que ayudamos a recomponer su dignidad maltrecha, nos libera a nosotros de vivir indignamente. Cada lucha por la justicia que nos convoca y mueve, se suma a nuestra Eucaristía como su harina más necesaria. En cristiano, fe y vida justa no se separan  -lo uno sin lo otro es imposible-; no se confunden  -lo uno no es en todo igual que lo otro-; en cristiano es imprescindible reconocer que se mezclan constituyendo una realidad única: la encarnación de la justicia del Reino de Dios. ¿Hay mayor motivo para la concienciación social y el compromiso por la justicia?

 

José Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete (Vitoria-Gasteiz)

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