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En cristiano

Un filósofo se cae del caballo y despierta

            Juan Carlos Monedero, argumenta su marcha: “A veces (actuando por los votos) nos parezcamos a lo que queremos sustituir. Eso es una realidad”; los grupos entran “en el juego electoral y empiezan a ser rehenes de lo peor del Estado, de su condición representativa”; “el baile electoral es muy frustrante porque no deja espacio para los matices… Y perdemos insolencia, desobediencia, coraje. Podemos se ha construido así y es importante que no perdamos esa frescura”; y se pierde, “si su meta es tener responsabilidades de gobierno, que incluye explorar pactos, hacer equilibrios con el programa y, en definitiva, ser un partido político”.

 

            Me encanta escuchar esto en clase de filosofía política y en el círculo de un movimiento social, pero ¿en boca de un político que piensa gobernar? ¿Si no pasas por el juego electoral y por la representación, y por las responsabilidades de gobierno y por los pactos, cómo llegas al poder y gobiernas en sociedades tan diversas, ideológica y materialmente, como las nuestras? No puedes aspirar a gobernar sino a influir como contrapoder y ganar a la gente para formas de democracia más reales; más -adverbio de cantidad y quizá de calidad-, no absolutamente, que eso es para el aula y el cielo. Las dos cosas a la vez, no. La política tiene unos mínimos de organización y pacto que, sin ellos, no subsiste como actividad colectiva. O eres movimiento social o eres partido, no hay salida.

 

            (Claro es que Monedero había sido maltratado por una asunto económico que seguramente no puede desvelar que era del partido, y se ha tenido que tragar “el marrón”; lógico que piense que “a ese precio”, no le compensa seguir, cuando ese estigma le va a perseguir en cuanto aparezca en público. Le entiendo perfectamente).

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