Cuando el filósofo Juan Cruz, en “¿Nos merecemos estos políticos?”, (El País 30 de Enero de 2013), dice que algunos de los reproches que les solemos dirigir a esos políticos, – tales como “no haber frenado a tiempo la burbuja inmobiliaria”, “haber tardado demasiado en detectar la gravedad de la crisis”, “no haberse opuesto con suficiente energía a la desregulación de los flujos financieros” y otros similares -, reflejan el carácter subordinado de la clase política en muchos momentos de la cocción de la crisis, acierta como descripción de un hecho. No obstante se equivoca sugiriendo, – aunque sea indirectamente -, que esa subordinación de la política a la economía puede interpretarse como insalvable. No, al contrario, lo que reprochamos a la clase política, – además de la corrupción y su multiplicación incontrolada -, es que vio, y miró para otro lado; conoció, y calló; advirtió el peligro y siguió a lo suyo. No podía tanto como los ciudadanos pensábamos y queríamos, pero supo y pudo mucho más, y no quiso afrontar. Por eso que tenemos que corregir todos, – de acuerdo -, pero ellos pudieron mucho más y debieron; no hay disculpa, ni “sus dependencias” en el pasado significaron nunca “necesidad”. Ellos y otros grandes de la ciudad estaban en el lugar oportunno para saber, ver y decir. Hay una cosa que se llama “denunciar e irse”. Todavía muchos están a tiempo. El pragmático Max Weber lo dijo. Maquiavelo, no