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¡Qué fracaso de los Obispos de Madrid!

¡Qué fracaso de los Obispos de Madrid!

El desalojo de la Almudena, Catedral de Madrid, de un grupo de personas afectadas por los desahucios, llevado a cabo por la policía, exige conocer exactamente quién lo exigió y con la policía entrando en el templo. Y, por cierto, con las armas al cinto.
Quien lo decidió, y autorizó que fuese con la intervención policial, se merece la crítica más rotunda en la Iglesia. El que tiene una responsabilidad eclesial se supone que está la altura del Ministerio que se le encomienda, y con criterios éticos, evangélicos y pastorales resuelve las situaciones que a otros podrían desbordarnos. Ésta es la cuestión, y no la estúpida demagogia de hacer lo mismo que haría un Banco o una Delegación de Hacienda.

Para resolver un encierro en una Iglesia igual que el Delegado del Gobierno, y con la policía dentro del templo, no necesitamos Cardenales, sino Sargentos de la Guardia Civil.

Toda la demagogia del mundo es poca contra quienes resuelven un encierro de desahuciados en una Iglesia, recurriendo a la Policía y dejando a ésta entrar al templo, dos horas después de iniciarse. ¡Me estoy hablando con esa gente tres días con sus noches hasta dar con una salida justa y digna del Evangelio, pero con ellos! La Policía en la calle y contra la violencia injusta con los inocentes. O, ¿es que vamos a llamar violencia a esta mini-ocupación de La Almudena, nosotros, los seguidores del que tuvo que nacer en una cueva porque no había un sitio para él en la posada?

La vida social española nos reta ocasionalmente con la escenificación de la parábola del Buen Samaritano, y la resolvemos mil veces mal, con prisa para llegar al templo, o para cerrarlo, como en este caso.

¿Qué sabor tendrán esta mañana las Eucaristías celebradas en ese mismo Templo de la expulsión precipitada y por la fuerza? Y, como supongo, ¿qué valor tendrán las palabras por las que celebrante diga que el problema no era de solidaridad, sino de lugar y oportunidad, ¡si las dice!?

Mientras los ministerios de gobierno en la Iglesia no los entendamos bajo el primado del servicio, y especialmente, de los sufrimientos de los más pobres del mundo, imposible que “la nueva evangelización” sea de Jesús. Es nuestra, sólo nuestra, y a la medida de nuestra mediocridad eclesiástica. A veces reconocida con títulos varios, hasta “el cardenalato”, pero mediocridad al cabo.

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