>

Blogs

En cristiano

Víctimas del terrrorismo y nación en la reconciliación social

 

El servicio de la Iglesia vasca a la reconciliación social, hoy y mañana

 

En lo que sigue voy a desarrollar la tesis de que la Iglesia vasca en su propósito de servir a la reconciliación social, cuando se atisba el final del terrorismo, tiene ante sí dos grandes retos; uno mira hacia el pasado y hacia el hoy más inmediato, y se concreta en verdad y justicia para con las víctimas, y desde ellas, en compromiso por la reconciliación social de los vascos; éste es el más evidente y ahora mismo tratado por todos. El otro, más difuso pero vital, mira hacia el futuro a medio y largo plazo, y se concreta en relativizar los absolutos políticos identitarios que recobrarán más fuerza en poco tiempo. ¿Más? Sí, más, en cuanto ETA desaparezca del escenario político. No le perdamos la pista a esta clave de la reconciliación futura.

 

Por supuesto, esta posición crítica,la de Iglesia en materia de reconciliación social, obedece a motivaciones éticas y la entiendo como factor destacado de su misión propia, la evangelización del mundo; es una parte del anuncio de la fe en Jesucristo y de la justicia que atañe al Reino. Nobleza obliga, ello no supone pensarse en cuanto Iglesia como un sujeto que los demás no puedan también valorar y denunciar. Al contrario, es legítimo y necesario.

 

Veamos la cuestión con unos argumentos mejor desarrollados.

 

 

– El anuncio por ETA del cese definitivo de la lucha armada, lo que la mayoría de los vascos hemos visto como “terrorismo político”, ha traído a primer plano la cuestión de la verdad del relato de lo que ha sucedido y de la justicia para con las víctimas de una violencia absolutamente injusta. Memoria, dignidad y justicia, decimos, en relación a las víctimas del terror de ETA, y, lo decimos de cualquier otro caso en que haya primado una violencia absolutamente injusta contra una persona. Y, por enésima vez, si todos los sufrimientos del ser humano merecen compasión, no se pueden equiparar por eso mismo los dolores, las causas, las responsabilidades y, en fin, la condición misma de víctima del terrorismo entre nosotros. Hay que conocer todos los casos, se ha dicho con razón, y, añadimos ahora, las víctimas no se comparan ni menos aún se compensan entre sí. Las víctimas, como las pobrezas, son magnitudes que no admiten ser intercambiadas.

 

            – Este modo de contar las cosas lo vemos repetido por doquier, y, hablando desde el mundo eclesial y cristiano, hemos hecho muy nuestra la voluntad de dignificar la memoria, revalorizar el perdón y acercar la reconciliación como gran tarea social. Ahí estamos los católicos vascos, con ganas y muchos, recreando una reflexión religiosa y ética que aporte consistencia y cura a una convivencia tan honesta con el pasado como justa y tolerante para el futuro.  

 

En este contexto de atención primordial al perdón y la reconciliación social, objetivos tan queridos en el mundo católico, creo que debemos recordar sin ingenuidad, lo que era y va a seguir siendo una clave muy conflictiva de nuestra convivencia: que hay problema político para rato; o si lo llamamos conflicto político, que lo hay para rato, con el Estado, y entre los vascos. Por supuesto, si se expresa sin terrorismo, todo cambia, pero no hay que olvidar que la reconciliación social seguirá teniendo esta dificultad añadida a lo que ya es común como conflicto de intereses en cualquier sociedad democrática. Por tanto, el lenguaje y el diseño pastoral del aporte cristiano a la reconciliación, tiene que ser optimista en cuanto al momento social que estamos viviendo, pero no ha de olvidar que esa reconciliación tiene un debe hacia el pasado,  las víctimas, todas las que lo son, y otro más oculto hoy hacia el futuro, la cerrazón en las identidades culturales y políticas, y su vivencia como enemistad insuperable. Considero que este debe crecerá en el futuro y nos hará sufrir mucho en cuanto a la reconciliación.

 

– En muchos círculos del mundo católico, (dejo de lado la política en sentido estricto), se confía en que la autodeterminación resolverá los conflictos del País Vasco con relativa facilidad; y no, no es así; la autodeterminación, resuelve lo que resuelve; si se entiende como definición por la mayoría de una identidad nacional uniforme, es un desastre; y si no se entiende así, y no debe serlo, sigue habiendo un problema muy hondo y duradero para encajar esa diversidad identitaria, a medida que crece su presencia política democrática. Este problema hoy permanece oculto en el proceso de paz, pero está ahí y emergerá en cuanto ETA desaparezca de la vida pública vasca. (Por supuesto, me planteo esta hipótesis de “la autodeterminación” en abstracto, pues no sé cuándo y cómo llegará a darse; digo que muchos lo perseguirán como objetivo e instrumento político prioritario, y, por eso mismo, el problema de su vivencia y articulación sigue ahí, y quien piense en el futuro de la paz, perdón y reconciliación, no debe olvidarlo nunca).

 

            – Abundando en esta clave social, la reconciliación que mira hacia el pasado de violencia y terror, es imprescindible, pero estoy convencido de que si en el origen y la bárbara historia de ETA ha tenido tanto que ver “una ideología nacionalista absolutizada”, en el futuro que llega, esa “absolutización de las ideologías nacionalistas”, ¡lo digo en plural!, será un problema político y moral decisivo; y por tanto, un problema pastoral indudable. Tanto en lo que siga políticamente a ETA, heredando sus objetivos nacionales, como en lo que siga a los nacionalismos democráticos de uno u otro signo (vasco y español, y sus mezclas), en la nueva situación, no es fácil pensar que van a ser nacionalismos moderados; los unos, espoleados por la creciente presión electoral de la izquierda abertzale en la democracia vasca, y los otros, temerosos de la desventaja social que les acarrearía una Euskadi independiente, la absolutización extrema de las “identidades nacionales” me parece un reto de primer orden en cuanto a la reconciliación social como tarea pastoral de la Iglesia.

 

– Retomando el futuro de otro modo, el problema político vasco está pervertido por la existencia de ETA, pero, desaparecida ETA, seguirá manifestándose como conflicto político de carácter nacional o identitario. De hecho, desde hace años, y ahora mismo, todos los vascos de todas las tendencias competimos democráticamente por la misma pretensión de liderazgo social; la mayoría hemos visto amenazadas las distintas pretensiones y posiciones, por el terrorismo; en cuanto éste ha prometido terminar,  engorda el conflicto en torno a una concepción nacionalista del pueblo y del poder, que a unos excluye como aspirantes potenciales y efectivos, y a otros encumbra. Según cuál gane, esos ganan más y los otros pierden en proporción parecida. La idea tan “católica” de que todos vamos a ganar en el futuro, es demasiado simple; sería factible si se pensara la democracia en términos de pacto social, tan provisional como sea  necesario, pero pacto para acoger a todos en lo fundamental. Pero no es fácil que la política haga esto, sino al contrario; lo previsible es que cada parte intente por vía de mayorías ajustadas ocupar todo el edificio social. Por eso mismo, y de cara a la tarea de reconciliación que adviene, no se puede pecar de ingenuos sobre lo que hay en juego en el final de ETA. La lucha por el final de ETA es una exigencia de dignidad moral y política de primera magnitud, pero no puede ocultar, lo queramos o no, que el modo de entender “el problema político vasco”, sin reducirlo a ETA, es una baza estratégica de primer orden para todas las posiciones, y una dificultad añadida en términos éticos para la democracia y la fe cristiana. Hay mucha tarea reconciliadora para la justicia de la fe.

 

            – Los que nos movemos en clave de lucha por la dignidad democrática para todos, al no tener esa apetencia de poder social directivo sobre nuestra sociedad (nación), les parecemos a los demás grupos “sociales” unos compañeros de viaje poco fiables, ingenuos, necios incluso. Es lógico, dado que nuestra posición, más moral que política, los avala tanto en su legitimidad democrática contra el terror, como los cuestiona en su estrategia post-nacional. Y si no provocamos este tipo de reacción, algo falla en la aportación moral cristiana. Mucha gente en la política, en la lucha por la dignidad de las víctimas contra ETA, se pone “mala” al oír esto. Creen que al decirlo, les traicionamos, y no es verdad. Puede que por prudencia no sea el momento de contar esto, pero más pronto que tarde hay que hacerlo. Desde luego, desde la mayoría de los sectores de la izquierda abertzale estas distinciones sobran, porque es obvio, para ellos, que el final de ETA es el comienzo de su proyecto nacional por vías políticas. Aquí, al catolicismo ni está ni se le espera como sujeto de peso en la reconciliación. Para muchos de ellos, la reconciliación como pacto duradero de identidades en libertad, es traición a un pueblo.

 

            – Durante mucho tiempo, la cuestión era acabar con ETA; y hoy también lo es. Más que nunca si cabe, por la oportunidad histórica que tenemos. Y en ello vivimos concentrados muchos. Pero a la vez, la cuestión política más concreta sigue siendo si vivimos los vascos una situación de nacionalismo opresivo que, quiérase o no, y amparado en el terrorismo, hace antidemocrático y perverso cualquier planteamiento moral y político que no sea el final del terrorismo de ETA y, de ello se derivaría, que sólo es justo pensar en un tiempo largo en el que ya se verá si hay problema político vasco; o si no hay tal opción, y la política vasca, nos guste o no, va a jugar sus cartas para que no haya más víctimas del terrorismo, primero, y de inmediato, para que el problema político nacional pueda plantearse democráticamente, sin dar más derechos a nadie por el terror, ni perder los propios por eso mismo. Este segundo camino es el que la mayoría de los vascos tiene en su mente, y el que la Iglesia vasca tendrá que discernir, no sólo ella, para preservar la reconciliación social en sus vaivenes políticos. El mayor riesgo es olvidarlo por una visión de la reconciliación que mire sólo al pasado de terror, y, en el futuro, caer acríticamente en el papel de iglesia nacional vasca.  

 

            – Por tanto, y para concluir, la Iglesia católica vasca tiene que recordar que en la presente situación de cese definitivo del terrorismo, la cuestión ética y social que tanto nos preocupa como reconciliación desde las víctimas, no puede separarse del problema de las ideologías políticas y nacionales absolutizadas, y de su traducción en desgarro social. Sería prudente, una vez que desaparezca ETA, no dar por bueno demasiado pronto que somos un pueblo fundamentalmente bien cohesionado, que lo somos con evidencia en las principales expresiones culturales, que lo quieren así todos los ciudadanos, y que ya está el bien común en marcha con un poco de buena voluntad. Creo que hay mucha ingenuidad en esto, y es muy tentador, pero no es un buena asunción de la realidad para prolongar la reconciliación social de hoy, al final del terror, y llevarla hasta la legítima diversidad nacional compleja, mañana.

 

Y esto no es comparable a la cuestión de las víctimas, ni lo mismo, pero sí tiene que ver con ello en cuanto a la reconciliación y los quilates de la paz en el futuro.

Temas

Sobre la vida social justa, sin dogmas

Sobre el autor


mayo 2012
MTWTFSS
 123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
28293031