Respondo a alguien que me interpela en varios sentidos. El primero, sobre que un sacerdote no puede ser laico, y loo hace confundiendo laico, políticamente, con laico, eclesialmente. Y le digo: siento que el concepto político “laico”, tal y como lo acepta toda la filosofía política contemporánea, te sea indiferente o desconocido. Soy políticamente laico y nada hay en el sacerdocio que me lo impida. No digo que no surjan dificultades, a mí y a todos los ciudadanos; pero siempre hay una forma de preservar la laicidad política de una persona, sacerdote o no, en una democracia. Las dificultades para ser laico, políticamente laico, le surgen a un cura o a un laico, a mí o a cualquiera, y no veo motivos para que un creyente pueda serlo menos que uno que no es; se puede y todos resolvemos las dificultades democráticamente. Esta laicidad política, común y universal en los ciudadanos, no tiene nada ver con ser o no sacerdote. Creí que esto era claro.
Segunda interpelación. Que Jesús era un laico, desde luego. Es otro sentido de laico. Yo en este sentido, no lo soy. Pero este sentido, políticamente, es opcional. (La discusión es teológica o religiosa, y si en relación a Jesús cabe hablar de sacerdocio; pero es otro tema distinto al político, espero que lo entiendas). Que Jesús no estaba sujeto a nada religioso, no es cierto; nada sacerdotal, sí es cierto, pero religioso, de la religión de su pueblo, no es cierto; por muy novedoso que creas a Jesús, no es cierto.
Tercera interpelación. Separas lo sagrado y la ética (Mourino), me parece muy correcto, posible y digno, porque así lo ves y razonas; y dices que lo hizo Jesús, y me parece bien que lo pienses; otros creemos que no, y damos cuenta de la coherencia y convergencia de ambos modos de comprender la vida y de cómo pueden vivirse sin contradicción alguna fe religiosa y ética humanista. Dos caras de una misma y única realidad, la dignidad humana vivida lo más humanamente posible. A la medida de los humanos (más pobres y frágiles), desde luego, no somos dioses. No le niegues esta posibilidad a quien viva religiosamente su humanidad; dile que es peligroso y por qué, y que tú no lo concibes, pero no se lo niegues: búscalo en esas obras de amor que dices y a ver dónde surgen las dificultades; no te adelantes pensando que serán en una doctrina episcopal; espera, no pienses por los demás.
Cuarta interpelación. Los juicios (Alcaina) que sugieres de las religiones, “un mal para la historia”, me parecen respetables como cuestión, y si los asumes, más respetable aún, pero de ahí, a que sean un juicio definitivo sobre la historia y obligatorio para todos, pues no. Es un exceso. Si la ICAR ha causado más mal que bien, es otro juicio tuyo, con buenas razones, ¡las hay para pensarlo!, pero es tu juicio, preñado de subjetividad final. Es así. Lo piensas y me dices dónde está la balanza o metro para medir el más o el menos en estas materias. (Me recuerda al tema de si en el mundo hay más mal que bien, o al contrario). Son juicios personales no obligatorios ni universales, y hechos por cada uno, decidimos ir o estar. Espero que lo veas.
Quinta interpelación. Yo no quiero mejorar a la ICAR, al menos consciente y directamente, no me muevo por este fin; quítate esa idea de la cabeza, sino ser de la tradición cristiana, humanista y religiosa, y serlo aquí con otros que están en la misma senda, e intención samaritana. Creo que hay margen y lo experimento a diario con muchos. Si esto cambiará la Iglesia a mejor, yo qué sé; puede ser; mejor para todos; no soy hombre de partido, sino de gente y de la que conozco; y la que conozco, mi iglesia de Álava e iglesias hermanas del País Vasco, me gusta como gente y grupo más que cualquier otro para vivir feliz y pelearnos por el bien humano. Hay mucha gente en ella con la que no coincido, y mucha otra gente con la que sí, pero la mayoría de las veces, veo que soy yo el que no se atreve a ir más allá en el Evangelio y la vida justa. No aspiro a estar muy arriba en la Iglesia, (he tocado techo; bajo, pero techo), sino a ser pueblo, pensar un poco, apoyar las causas de los más débiles, celebrar esa fe con esa intención, y no romperme en batallas eclesiásticas; salvo que me pillen en medio. Y sé que Jesús de Nazaret, jamás pasa de ese camino y es una apuesta “acertada” siempre, (sin olvidar, la cruz, claro está); me gusta hacerla con estos que tengo al lado, porque los necesito y me quieren, creo, y aguantarme las ganas de salir corriendo por libre. Saludos.