Cuando nos preguntamos por la reconciliación en nuestras vidas cotidianas, en nuestra sociedad y en el mundo, estamos pensando en una realidad social que nos desazona y quisiéramos mejor a todas luces. Pero, ¿qué hay detrás de esa inquietud? Decimos que en un mundo tan complejo y diverso como el nuestro, (y en cada sociedad como la nuestra), la aceptación del otro es más difícil que nunca. Pero, ¿es así? Sólo hasta cierto punto. En realidad contamos con modos de comunicación que ponen a alcance de nuestra mente, y con facilidad, la condición igual, incondicionalmente igual, de todos y cada uno de los seres humanos. Ellos, estos seres humanos, y los pueblos, nos aparecen absolutamente iguales a nosotros en toda su valía de ser, en los derechos y deberes fundamentales que les corresponden.
Es evidente que el lector o lectora de estas modestas líneas se ha dado cuenta de que, para hablar de la reconciliación en nuestra diaria convivencia, me he ido a la pregunta por el reconocimiento del otro. Claro, es imposible pensar en la reconciliación personal, familiar o social, sin pasar con nota sobre el reconocimiento de los demás en sus diferencias legítimas y denunciando, a la vez, lo que es desigualdad e injusticia. Aquello, las diferencias que expresan diversidad humana, es legítimo exigir y justo respetar; esto, la desigualdad que expresa injusticia y privilegio, y los consagra, es inaceptable que perdure si vamos a vivir como personas. Y este es el primer gran debate y fuente de conflictos. Cada uno de nosotros piensa, o hace como que lo cree, que lo propio es derecho inalienable e imperecedero. El argumento de “lo he heredado”, o “es la tradición de mis mayores”, o es “de toda la vida”, o “es de mi país”, nos librería de su discernimiento en profundidad, tanto en clave ética (las personas somos iguales), como religiosa (todos somos hijos del único Dios). No es fácil sincerarnos entre nosotros. Hay muchos intereses materiales en juego, y muchos intereses también morales y sicológicos en todo esto. Incluso con lo que he dicho hasta el momento, queda mucho camino por aclarar, sobre todo si nos ponemos a la defensiva. Yo puedo destripar el mejor argumento moral sobre la persona y lo justo. Me basta con apelar a lo debido a mi esfuerzo, o al sacrificio que hicieron los míos, o a los derechos por conservar el patrimonio espiritual y moral de mi país… hay muchos modos de cuestionar lo de “el otro, incondicionalmente igual a mí, y legítimamente distinto”. Y sin embargo, cada puesta en cuestión, decae en cuanto utilizamos esta pauta del discernimiento ético: ponte en el lugar del otro, vive su historia, particularmente del otro más débil y olvidado, sin culpa propia, y ahora cómo lo ves, qué piensas desde esa nueva perspectiva. En el mundo cristiano, hablando de principios, esto es elemental. Todos tenemos clara la particular implicación del Dios de Jesús, y de Jesucristo por tanto, en la vida y dignidad de los más pobres de la tierra. Por la particularidad de los más débiles y olvidados a la universalidad de la salvación de Dios. No hay caminos intermedios o pactados, con rebaja de condiciones para buscar el punto medio y un poco menos incómodo. En el mundo laico, mundo también de los cristianos, pero referido ahora a quienes leen la vida sin referencias religiosas de sentido final, es algo más difícil mostrar esa misma primacía moral de los últimos en la justicia común. Pero tampoco hay que ser un lince para entender que en situaciones de desigualdad evidente e injusta, el punto adecuado de valoración moral y social de la vida no puede ser otro que el de los marginados y excluidos de la común humanidad, pues es obvio que está en juego su dignidad. Y si está la de ellos, también la nuestra, pues ¿cómo ser dignos si vivimos irresponsable, y hasta abusivamente, junto a la raquítica dignidad de otros?; ¿cómo ser dignos, sobre todo, cuando se trata de una vida indigna para millones y millones de inocentes? Bien, parece que este camino del reconocimiento del otro ha podido quedar claro en cuanto a lo que aporta a la reconciliación social cotidiana.