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De la paz, las víctimas, y los compromisos debidos

En este día de la no-violencia, pienso en un concepto de paz que no es nuevo, pero que la urgencia de nuestra situación arrincona. La paz como realidad más amplia que el fin del terrorismo de ETA. No en alternativa a este final, ni como compensación, todo lo contrario. Su prolongación. La paz que tiene que ver con la aparición de un orden social más justo en todos los lugares, y para todas las  personas y  pueblos. Es, sin duda, un ideal, no quimérico, pues la quimera es una ensoñación que ofusca, engaña, manipula y paraliza, sino un ideal utópico, algo que todavía no es pero que puede llegar a ser, a partir de la realidad histórica, si tenemos voluntad política de lograrlo.

 

Este concepto de paz más amplio que el final de ETA, lo cual es imprescindible, es la paz como aquel bien social que se cumple cuando todos los demás bienes sociales, dentro de lo históricamente posible, es decir, la libertad, la justicia, la solidaridad y el bien común, son respetados.

 

Este concepto de paz expresa, por tanto, un doble significado: el de principio rector de las estructuras de la vida social y el de virtud o actitud de las personas como ciudadanos. En cuanto principio regulador de nuestra vida social, la paz de una sociedad consiste en el disfrute de un orden social justo, es decir, el que respeta, con equilibrio histórico, los derechos humanos de todos (individuos, pueblos y “tierra”), en los fines elegidos, en los procedimientos de elección,  en los medios de acción y en los frutos o las estructuras. Y la paz, en cuanto virtud de las personas, es la actitud de quienes desarrollan un compromiso pacificador muy intenso, como lo prueba su inquebrantable aprecio de la no-violencia activa, muy activa y pública, su tolerancia democrática con los otros, legítimamente distintos en tantos aspectos; y su empeño en una reconciliación que, sin renunciar a la justicia, nos sana a todos del odio.

 

Reconozco el carácter ideal de esta definición, pero defiendo que no es quimérica e inútil, sino más creativa que otras y más fiel a las esperanzas de todas las víctimas de la injusticia ajena. Porque no lo olvidemos, ¡las víctimas no rivalizan entre sí por sus derechos, sino acaso por la urgencia de su causa y, sin duda, por aclarar de verdad quiénes y por qué lo son! 

 

Por tanto, ¿pacificadores en una sociedad de violencias? , según posibilidades y responsabilidades, y en todos los significados y dimensiones de la paz. Pacificadores en nuestras estructuras e instituciones, en nuestras ideologías y opciones políticas, en nuestras acciones y gestos, en nuestras propiedades y consumos. Pacificadores, también, en nuestro carácter y actitudes, en nuestros sentimientos y afectos más queridos, en nuestros símbolos y creencias y, por supuesto, en nuestros sueños de libertad y justicia.

 

Sí a la paz, y sí a los sacrificios personales y sociales que esto requiere.

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