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Los olvidos sociales del cristianismo. (Un libro).

 

Cuestionario (1-10):

1/ “Los olvidos sociales del cristianismo”. ¿El título refleja una acusación o una denuncia?

 

Una acusación, no. Yo no acuso así como así. No estoy acostumbrado, ni me creo con derecho. Y tampoco una denuncia, sino una constatación de un hecho del que deberíamos tomar conciencia en la Iglesia. Elcristianismo que yo conozco y en el que vivo, el que estudio y el que celebro, es muy sensible a la dimensión particular y “espiritual” de la fe y mucho menos a la dimensión social de la vida humana y de la respuesta cristiana. Incluso en plena crisis, los cristianos más admirables se entregan en cuerpo y alma a la caridad, pero no pocos sufren ante la dimensión estructural de la injusticia y qué denuncias sociales completarían su caridad. No quieren sustituir la justicia por la caridad, pero al resistirse a considerar este problema y denunciarlo, se les vuelve inevitable. Y es que el análisis social no resuelve las injusticias, pero nos sitúa a los sujetos ante la responsabilidad en el mal. Y esto nos duele. Y duele a la propia Iglesia y duele a muchos de sus hijos. El discurso social de la Iglesia, la DSI, y todavía más con Benedicto XVI, ha crecido en claves religiosas, teológicas y antropológicas, pero ha perdido en claves sociales y estructurales. De hecho, el Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, en su pronunciamiento del 25 de Octubre pasado, ha dejado al desnudo las insuficiencias “sociales” de la Caritas in Veritate. La prueba es que la Secretaría de Estado (Bertone) ha sacado una circular que obliga a contar con su sello en los documentos de la Curia que no lleven la firma del Papa. (Se pensó en exigirlo siempre. Firma y sello, cada uno por su lado). En la Secretaría de Estado están desconcertados con ese escrito.

 

2/ ¿Por qué necesita la Iglesia católica reconciliarse con la sociedad moderna?

 

Yo creo que hay que aclarar bien eso de que la Iglesia tiene que reconciliarse con la sociedad moderna. La sociedad moderna tiene muchos flancos débiles y hay que descubrirlos y mejorarlos. El Evangelio es muy rico en historias humanas y en pautas religiosas que la modernidad no debería ignorar para curarse en sus excesos y equivocaciones: la condición religiosa del ser humano, la bondad o el amor como experiencia última de la vida espiritual, el carácter nunca absoluto de las conquistas y utopías humanas, la interpelación moral absoluta que los más débiles representan siempre, la confianza en los otros, el perdón siempre ofrecido, la no violencia activa, el samaritanismo como religión fundamental, el silencio, la austeridad para compartir, el servicio de los ministros en la comunidad de los iguales en derechos y deberes… Todo lo que son nuestras tradiciones, evangélicamente depuradas. Ahora bien, como nuestro instinto corporativo ha sido el rechazo de la sociedad moderna, y como crece en la Iglesia la huida hacia la cultura premoderna, defiendo que hay conquistas modernas irrenunciables. Insisto, en un diálogo sincero y crítico, por ambas partes, pero irrenunciables. Y así, la autonomía de la conciencia personal (derechos civiles), el valor de la democracia (derechos políticos), la libertad de investigación (derechos culturales), las condiciones reales de la justicia social (derechos sociales) y el empeño por una moral civil básica, ¡qué no mínima!, son decisivos. Todos son relativos se dice, y es así, pero no a Dios, directamente, sino relativos a la dignidad de la persona, en cuyo conocimiento todos somos iguales. Por tanto, no hay atajos religiosos para definir los derechos humanos que derivan de la dignidad de la persona, sino el camino común de los humanos que, recorrido entre todos, recibe de muchos de nosotros el significado también religioso. Es lógico y legítimo anunciar este camino religioso, pero sabiendo que se sitúa en otro plano que el común de la razón, sin sustituirlo, ni ignorarlo, ni falsearlo. Si no entendemos esto, no hemos hecho el camino de la secularización justa del mundo, y no podemos ser laicos en un estado democrático. Se nos atraganta eso de la laicidad como el pueblo de los iguales en derechos y deberes, sustituida por los derechos de Dios; derechos que, entonces, nosotros interpretamos para todos; por la razón, para los razonables, y por la razón iluminada por la fe, para los rebeldes. De tejas abajo, nadie sabe más que otros de la dignidad humana; con la fe, y como anuncio de la fe, creemos en otras certezas y no callamos; pero son de fe.


3/ ¿Y la Iglesia española, de una manera especial?

 

La Iglesia española está bien reflejada en lo que he dicho. Tenemos poca práctica de vivir en una democracia y, la secularización justa, la que precede a la laicidad, no la tenemos bien asimilada; el resultado en laicidad es muy pobre todavía. Nos cuesta reconocer la legítima autonomía del mundo, la creemos absolutamente relativa a la fe, y por tanto, a la Iglesia, guardiana de la moral natural. Ella puede pecar, pero no equivocarse, creemos; y así, tiene legitimidad para corregir fraternalmente, y en nombre de Dios, a los demás. Si a esto se añade que la cultura tradicional española se supone católica, ¡desde luego, más que cristiana, sí!, y que hay una referencia constitucional y un concordato de por medio que nos favorecen mucho, y todo ello coincide con un gobierno socialista, primero y en épocas de bonanza, beligerante en cuanto a su interpretación de la laicidad, y después, en plena decadencia, a la defensiva en todos los ámbitos, se explica lo que ha pasado. Una Iglesia en buena medida identificada con el concordato, profundamente  discutible, y con un concepto del derecho a la libertad religiosa, también discutible; pues se entiende que ese derecho es a la religión concreta que se profesa, y en nuestro caso, a la fe católica en la escuela o en la vida pública, y a la financiación general del culto. Otra vez muy discutible. En fin, el catolicismo español, al menos en sus grupos y personas de más peso en la institución, claramente se ha sumado a la bola de nieve conservadora y apuesta por una realización de la Iglesia española con un reconocimiento de la secularidad precario. Como fuera que hay un neoconservadurismo cultural y político que reclama de la religión un papel inspirador, todo se presta a que nos falte autocrítica pastoral.

(Continuará)

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