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En cristiano

¡Qué maravilla!

 

 

 

 

El evangelista San Marcos pone en boca de Jesús la expresión: el anhelo de Dios. Se trata de un lenguaje común en aquel entorno, el que cualquier persona podía entender. Con esa expresión, Jesús no pretende sentar cátedra sobre Dios. Defiende su proyecto con un argumento irrebatible y claramente entendible por quienes le escuchan. Responde a una idea remachada hasta la saciedad por los profetas y recogida como esencial en su proyecto: Lo que Dios anhela es la Justicia. Baste como muestra un repaso a Is 1,11-18. Lo transcribo al completo. Merece la pena:

 
“¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios?
-dice el Señor-
Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones;
La sangre de novillos, corderos y machos cabríos no me agrada.
¿Por qué entráis a visitarme?
¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios?
No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable.
Novilunios, sábados, asambleas no los aguanto.
Vuestras solemnidades y fiestas las detesto;
Se me han vuelto una carga que no soporto más.
Cuando extendéis las manos cierro los ojos;
Aunque multipliquéis las plegarias no os escucharé.
Vuestras manos están llenas de sangre.
Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones.
Cesad de obrar mal, aprender a obrar bien;
Buscad el derecho, enderezad al oprimido;
Defended al huérfano, proteged a la viuda.
Entonces venid y litigaremos…”

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