A estas alturas del revolcón que viven los pueblos de Europa, parece casi estúpido pretender alguna novedad en la ponderación de los hechos sociales que nos abruman. Si insisto en ello es por lo mal que lo están pasando tantos, casi siempre, con tan escasa culpa propia. Defiendo, desde el principio, que nos encontramos más ante un problema de distribución que de percepción. Sabemos qué nos pasa y por qué, pero no nos ponemos de acuerdo en cómo resolverlo. Y es que las formas son varias y el choque de intereses, brutal. La idea tan extendida de que no sabemos qué nos sucede, está superada; prima ya la cuestión política del reparto de esfuerzos.
Puede sorprender, no lo sé, esta manera de arrancar el comentario que les propongo. Parecería, de hecho, que cada uno de los grupos con peso público reconocido carece de intereses privativos, ante una crisis tan majestuosa, y busca desazonado el bien común. En una clave social más material o espiritual, pero tras el bien común. Así parece y, sin embargo, sólo parece.
La diferencia prioritaria entre las posiciones sociales sobre lo que nos pasa, y en cómo lo resolvemos, tiene más que ver con los intereses materiales en conflicto, y el reparto de sacrificios en términos muy tangibles, ¡por no decir contables!, que con cualquier otro factor humano. Creo en el peso histórico de lo espiritual, pero, hoy y aquí, apuesto por la observación de que la clave política y económica recién dicha, es la decisiva en la materialización incipiente del bien común. Y denuncio que hay un uso falaz del concepto bien común. Sanarlo exige voluntad de realización universal: unas oportunidades mínimas de vida digna para cada ciudadano, las que corresponden al esfuerzo que razonablemente también se nos exige. Un trabajo decente y la soberanía política de la gente, no parece mucho pedir.
Luego, en mi opinión, al fondo de una vistosa lucha por las ideologías, prima la falta de pacto justo por una vida digna para tantos en mil sentidos. Y si la clave ética de nuestra mirada social no puede ser otra que las carencias inmerecidas de los más débiles, es la hora de reconocer cuán lejos de esta mirada justa quieren “los poderosos” de Europa y España componer su bien común. Por aquí comienza la política en serio y, por ende, las ideologías. Paz y bien.
(Original en Revista 21)