Aún a riesgo de sumar más ruido al análisis electoral sobre las últimas elecciones municipales, es necesario introducir más claves de interpretación que las de uso común, ya saben, crisis, izquierda-derecha, trasvase de votos, caídas e irrupciones, etc. e ir más allá del cálculo de cifras, para marcar tendencias.
En otro lugar establecimos (*) que el Logo y el Mito, lejos de ser términos antagónicos, conviven dialécticamente en el mundo al que sirve la publicidad, y que el Mito ni mucho menos desapareció con la llegada de la era de la razón. Los gestores aplican el Logos y los publicitarios hacen su versión mítica para los públicos. Sólo que hay partidos que apuestan unos por el Logos y otros por el Mito. Estos sí que son partidos alternantes, el Logos es abrazado cuando se da primacía al discurso económico, a las cifras, a las leyes, a la racionalidad burocrática, al estado del bienestar regulador. El Mito es abanderado por aquellos que invocan el principio esperanza, a Robin Hood, a la comunidad y la solidaridad, a quitarle a los ricos para dárselo a los pobres. Muchos se extrañan de que esto ya tan viejo para tantos, que a menudo ha servido simplemente para despojar a unas élites y darles el poder a nuevas élites, siga funcionando tan bien hoy en día. Pero esta desconfianza sólo vale para unos cuántos, para gente del Logos precisamente, los escépticos; para la gran mayoría es creíble el romanticismo sólo porque sería una ilusión necesaria (según la célebre expresión de Chomsky). Una cultura como la nuestra ha surgido en alguna medida del desprecio a los mitos del pasado, pero echó al niño con el agua sucia, esto es, arrojó por la borda las grandes ilusiones, le quitó la ilusión a la masa social, pensando que bastaba el alimento virtual de la épica cinematográfica o el reality televisivo. Quiere vivir grandes acontecimientos, eso sí, en condiciones controladas. Los abuelos los vivieron y quedaron hartos, pero los jóvenes y semijóvenes, quieren vivir algo grande en presente. Algo que ya sabía un viejo publicitario, Samuel Johnston: “Promesas, grandes promesas son el alma de todo anuncio”
Los del Mito son los héroes para unos, mientras para otros son los chicos malos que asustan a la gente normal. Y de momento va bien la cosa porque los chicos malos ya no rompen cristales, terapéuticamente serán cirujanos que operarán por dentro a Leviatán.
Quienes sí han resistido eficazmente el asalto de los jóvenes menudos son los que nunca se han soltado del Mito, en este caso el étnico, el diseñado para proteger contra el invasor y que sigue mostrándose como un eficaz cinturón preventivo.
El joven líder de la efebocracia (como le han llamado) le ha quitado el subsuelo a la vieja luchadora, la que encabezó la lucha por la renovación y la crítica al establishment, pero a la que no se creía del todo por haber pertenecido a él, y que extrañamente –al suponérsele poder persuasivo como política habilidosa- no supo contrarrestar la imagen de posesiva ama de llaves que le adosaron.
Este país tiene una genética libertaria, es decir, el mito, el romance, la ilusión, el cambio, es algo que le va, es intrínseco. Por eso es un país que se asoma una y otra vez a la dictadura populista, que tiene que hacer grandes esfuerzos cuando tiene que hacer uso de una lógica, a la que está poco acostumbrado, para no irse al fondo.
Habría que pensar también si la propia dialéctica derechas-izquierdas, o sus secuelas, centro izquierda, centroderecha, no es tan sólo una versión modernizada del Mito y el Logos. Si no es también un marco de conveniencia para organizar a la sociedad, o al menos para imaginarla desde las élites, una estupenda división que evoca a la laboral, un fordismo político, un esquema funcionalista que le da la imagen a la gente sobre qué pensar de sí misma. Un estudio político reciente en Suecia (Enlace en inglés) ha mostrado que incluso allí la gente es muy influenciable a lo que dicen otros sobre su posición política, hasta el punto de aceptar una tergiversación patente. Cuando en una encuesta de temática política, el encuestador le decía al encuestado que en resumen tenía una posición contraria a la que realmente había expresado pregunta a pregunta, al 90% sólo se le ocurría justificarse y sólo el 20% descubrió alguna tergiversación. Es por tanto muy posible, si esto fuera extrapolable, que el principal motor de las posiciones ideológicas que se dice que tiene la gente sea la adaptación autoprotectora y que en su mayoría cambien de ideas en función de este principio: no debo quedar en mal lugar y aquello que mejor me sirva para justificarme será mi ideología.
(*) Mitoanálisis de la publicidad. Ariel. Barcelona, 2001.