No hablaremos de verdades o mentiras en el debate de ayer, ni de valor político, ni de programas, sólo de los aspectos de la puesta en escena psicológico-persuasiva del debate. En primer lugar, Rajoy aprendió de su error en el anterior debate con Zapatero, con el que perdió por su pésima imagen en la escucha del contrario, donde involuntariamente ha dado siempre imagen de desconcierto, incomodidad y asombro, por su gestualidad de la mirada. Rajoy siempre ha perdido los debates no por lo que dice sino por su imagen en la escucha. Esta vez, bien asesorado, dejaba de mirar al contrario con la excusa de anotar. Pero su gran debilidad sigue siendo la dialéctica, lanza bien el fuego a distancia, expone mayestáticamente, pero es malo en el cuerpo a cuerpo. No puedes dejarte llevar al terreno donde el contrario es artista consumado, es como un ejército dejándose llevar a una barrancada bien conocida por una guerrilla. Se mascaba la tragedia porque se veía que Rajoy podía salir muy malparado de la camisa de fuerza que le había clavado Rubalcaba: el rol de sujeto sometido a interrogatorio. En efecto el que pregunta, como saben bien los juristas, marca el espacio del debate y tiene al contrario a la defensiva, ante aquella parte de opinión pública impresionable , en la que perviven los esquemas zoomorfos de percepcion y seguimiento de jefe de manada dominante, como explicara Konrad Lorenz: el que ha de defenderse es un débil, por tanto es sobre todo alguien que no puede protegerte, y no cumple las expectativas de poder depositar en él nuestra seguridad.
Pero el conjunto del debate no dejaba de tener algo de falacia, y es en su estilo de persuasión cognitiva, es decir, un tipo de persuasión en la que los hechos están en muy segundo plano frente al poder de las palabras. En psicología persuasiva, las palabras pueden modificar el juicio sobre los hechos. Neutralizar los hechos es factible incluso si no se pueden negar, es entonces cuando se recurre a lo que explica la teoría de la atribución, con su sesgo principal de causalidad: si los hechos son positivos los atribuimos a nuestra causa, si son negativos, entonces la causa ha de desplazarse a otras fuentes.
Si los precedentes fácticos habidos hubieran sido de menor gravedad – el paro, la crisis, el pánico al futuro y el éxito económico de una de las partes en el pasado- probablemente Rubalcaba hubiera impuesto su retórica inquisitorial, sobre la endémica debilidad dialéctica de Rajoy, tal como lo hizo en el pasado Zapatero, pero esta vez las cosas son demasiado graves como para dar una segunda oportunidad, y en esto están conformes incluso esos millones de personas a las que les puede habitualmente el síndrome Lorenz, el poder dialéctico, en su percepción del ganador de las batallas persuasivas, síndrome evidenciado hasta la saciedad en programas televisivos cuyo nombre está en boca de todos.