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José Luis León

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Comunicar a la población en tiempo de crisis. A propósito de Japón.

La actual tragedia del Japón tiene una vertiente que conviene examinar y es la política de comunicación con la sociedad desde su gobierno cuando sobreviene una crisis global.
Hemos pasado de sociedades crédulas sometidas a los dictados de información controlada desde los holdings del poder, primero en dictaduras y luego en partitocracias, a sociedades infoxicadas, como reza el actual anuncio de una conocida marca de automóviles, que están sometidas a esquemas de juicio basados en la sospecha. Sus lecturas de los mensajes del poder, a falta de información cierta, se basan en esquemas interpretativos simplistas sobre su verdad o falsedad.
Hay poderes que funcionan con el método del estafador, cuyo objetivo es a corto plazo y procuran mantener el engaño el máximo de tiempo posible; aunque sea detectada la mentira siempre esperan que una nueva mentira les ayude a salir del paso. Con el estafador nunca sabes bien a qué atenerte porque uno de sus métodos es hacer que la víctima o víctimas duden de su propio modo de evaluar, que desconfíen ante todo de sí mismos y de su propia capacidad.
Esta es la percepción ante las negaciones recientes de la crisis económica, y ahora con motivo de la crisis de la secuencia de catástrofes en el Japón. El gobierno minimiza las consecuencias, procede con un método de escalada al proveer de información siempre semifalsa, para que la población pase de la indolencia a la psicosis en un tiempo prudencial y no sobrevenga de la noche a la mañana. Por eso necesita mentir, más aún si hay esperanza de que la catástrofe se olvide por las nuevas agendas informativas, ganando tiempo y esperando que la sociedad se inmovilice por la desesperanza y la resignación.
Pero si la visibilidad mediática de una catástrofe no acaba a los pocos días, sino que se generan consecuencias en cadena, prolongadas en el tiempo, finalmente la sociedad entra en crisis vindicativa y necesita de un chivo expiatorio, que permita satisfacer la necesidad de haber acabado con la raíz de todos los males, y generalmente se toma ese chivo expiatorio al que simbolice mejor a los gobernantes reiterada y masivamente mendaces. Es por eso que la mentira puede ser una política rentable de comunicación a corto e incluso un método de gobierno útil a medio plazo, pero es un arma de efecto boomerang para el que la maneja. Ahora bien, el que utiliza la mentira gubernamental por sistema queda atado a ella y, como el estafador, ya no conoce otra vía de acción, no sabe ya hacer otra cosa que mentir y aspira ya sólo a hundirse con su propia sociedad. Japón y el mundo merecían otra política de comunicación y también de actuación que se hubiera puesto desde el principio en el peor de los escenarios, más vale pecar de apocalípticos, aunque haya que dimitir por ello si la expectativa ha sido mal evaluada, que de timidez reactiva sólo para conseguir alargar unos días, o unos meses, la imagen pública de tenerlo todo controlado.

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