Son tiempos duros. La actividad económica tiene su mejor termómetro en la publicidad, cuando va mal la publicidad se recorta, cuando va bien la inversión publicitaria se dispara. Para los medios de comunicación clásicos la vida se complica también, a la competencia de internet se le une la reducción de las campañas publicitarias.
Con motivo de las crisis anteriores -ninguna tan grave como la actual- siempre hay quien se pregunta: siendo la publicidad un motor del consumo, entonces ¿porqué no se la utiliza para contrarrestar la crisis? Se olvida que la publicidad actúa con la misma lógica de los barcos de pesca, que acudirán a los bancos piscícolas si abundan los peces y ahorrarán viajes y gasoil si están mermados.
A pesar de todo, vemos a nuestros medios de comunicación surtidos de anuncios y ello se debe a una reducción de las tarifas mediáticas, pero también a que una recesión es una gran oportundiad para las empresas bien capitalizadas, capaces de sobrevivir mientras el resto se hunde. La crisis resulta como el río cuesta arriba para los salmones, una criba para la mayoría, pero también un test para los más fuertes, aquellos más capaces. Es esto lo que dejará la crisis, la supervivencia y fortalecimiento de las marcas competitivas.
Las marcas supervivientes serán aquellas que añaden realidad a la retórica, o dicho de otro modo, las que introducen el supremo valor añadido: ofrecer más prestaciones y a menor precio. Pero también se fortalecerán aquellas marcas que saben encontrar los nuevos caladeros de los consumidores, las que consigan interactuar con ellos, ahora que sus líderes se han convertido en emisores fuertes a través de las redes digitales. Esos líderes trabajarán activamente a favor de las marcas y las nuevas campañas tendrán que contar con ellos de manera necesaria.