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José Luis León

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La política como guerra psicológica permanente. Cómo neutralizarla.

Existen dos nociones de política, la primera la entendería como el trabajo por el bien colectivo de una comunidad, grande o pequeña, pero la segunda la entiende como todos aquellos medios convenientes para conseguir la victoria mediante la guerra psicológica.
Es evidente que entre nosotros y desde hace ya mucho tiempo se ha tratado sobre todo de la segunda noción, todo sea dicho sin negar la existencia de gente en política y de votantes que creían estar trabajando para la política como bien común.
Cuando se acepta la guerra psicológica como método de base para la victoria política entonces se ha entrado en la perversión de la democracia, que es esencialmente poder del pueblo para el pueblo, no guerra civil encubierta.
No vale todo, no vale vaciar las arcas del estado para hacer imposible el gobierno del partido que ha ganado las nuevas elecciones, no vale implantar subvenciones masivas para conseguir electorado cautivo, no vale atemorizar a regiones enteras con medidas de ninguneo masivo, no vale utilizar todos los resortes de la sociedad, justicia, medios de comunicación y hasta la sanidad, para hacer clientelismo y para hacer triunfar una posición que busca el poder total económico y social de una élite social que tiene conquistada a una parte de la sociedad para destrozar a otra parte de la sociedad. No vale el con nosotros o contra nosotros.
Es evidente que hemos llegado a esta situación, y que la crisis, o más bien colapso del modelo económico de que nos habíamos dotado, es en gran medida el fruto de una política de guerra psicológica que para dañar a unos ha caído en la miopía de no ver que se estaba arruinando el edificio entero: un edificio se sostiene en muchas columnas y si destruyes las columnas de los vecinos se acaba viniendo abajo tu propia parte de la vivienda.
No habiendo guardado un mínimo de sentido entre nosotros, nos vemos abocados a la limitación en ciernes de la soberanía de los partidos, que es lo mismo que la limitación de la soberanía estatal: demostrada hasta la saciedad la perversión del sistema que ha preferido jugar a la guerra psicológica, se impone la intervención de los tecnócratas, y no tanto los nacionales que serían rápidamente hipotecados y temerían las iras de los partidos, como de aquellos bajo cobertura y legalidad internacionales, precisamente con los argumentos que han valido en el pasado para las inspecciones que todos recordamos en aquellos países incapaces de entender la política como bien común, entendiéndola al contrario como guerra interior permanente.
Si esto nos puede devolver cierta cordura, sea bienvenido. Y sean bienvenidos aquellos técnicos nacionales que puedan trabajar con honradez y que sólo lo podrán hacer junto a homólogos extranjeros amparados en la bandera internacional.
Eso sí, el precio a pagar por todo el daño que se ha hecho va a ser muy alto.

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