MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
Mientras la parroquia de San Pablo montaba su mercadillo solidario, las urnas y la abstención hablaron de hartazgo por políticos que nadan en su líquido amniótico
Tanto la política como la religión han exhibido históricamente sus galones como muestra de poder. Pero, en los dos órdenes de la vida, la gente diferencia entre la realidad que verdaderamente le atañe y el mundo virtual en el que los ambos se embozan. Pongamos que hablamos de la Iglesia, que luego lo haremos de los partidos. Resulta innegable que el Papa Francisco, a quien le honra su carné de socio de San Lorenzo de Almagro, aprovecha cada encuentro para revolcar -al menos de palabra- hábitos eclesiásticos sostenidos en el tiempo que alejan a los feligreses de los templos. Pero queda la impresión de que le aguarda un largo camino por recorrer hasta que el personal acorte la sima que separa a la jerarquía de los cristianos arremangados en el fango de las carencias sociales.
El domingo pasado Ariznabarra, su parte primigenia de los años sesenta sobre la que décadas después edificó la ampliación, recobró la postal del barrio viejo, del enclave obrero donde los vecinos decían “mañana voy a Vitoria” como conscientes de su insularidad. La calle principal, la de toda la vida, acoge la iglesia de San Pablo y bajo sus soportales los voluntarios montaron un mercadillo solidario. Casi todo cuanto cabe imaginarse reposaba sobre los tenderetes. Abalorios, libros, muñecas, juegos de mesa, flores, ropa, calzado de segundos pies… Objetos puestos s la venta para recaudar fondos que alivien situaciones entre severas y desesperadas de seres a los que los meses se les hacen eternos. Flotaba una atmósfera de bonhomía y compromiso en esa iniciativa parroquial que nos reconcilia con la muy rescatable bondad de quienes encarnan los puros valores fraternales de la religión. Me refiero a los pegados a la brea, no a los de algunos púlpitos desde los que se alimentan más miedos que esperanzas. Y me vino a la memoria la canción de Serrat, cuya letra hablaba del cordel donde colgaban festivas y cromáticas banderas de papel.
La fecha coincidía con los comicios europeos. A doscientos metros de la parroquia se levanta el colegio público que rinde tributo al manco de Lepanto, ese día centro electoral. Desde luego vi más animación entre los mercaderes sanos del templo que ante las urnas a las que ni siquiera se acercó la mitad de la ciudadanía. Horas después y en las jornadas sucesivas al recuento de los votos volví a pensar en la dicotomía realidad/ficción, como ante he mencionado sobre la Iglesia oficial y los creyentes implicados. Después de escuchar a líderes políticos abatidos por el sopapo y a otros que con los resultados en las manos optan por las trampas al solitario volví a caer en la cuenta de que demasiados representantes de las formaciones no han entendido de la misa la media. Al margen de Vitoria, de Álava y de Euskadi, lugares donde el bipartidismo se ve como algo que ocurre en otros sitios –e incluso aquí por el auge repentino de siglas nuevas y resurrecciones de grupos apagados- no caben dudas sobre la respuesta ciudadana en forma de hartazgo.
Pero no parece sencillo acabar con la endogamia política, perpetua manera de observar el ombligo propio e ignorar ese huequecito en la tripa de la gente común que también nació unida a la madre por el cordón umbilical. El maquillaje del veredicto popular, el ‘quien no se consuela es porque no quiere’, asombra a los electores que hablan claro con la música callada de las papeletas y el eco sordo de la abstención. Unos se sienten tuertos dentro del reino de los ciegos, otros se enredan en luchas intestinas que desvelan batallas por el poder. Pero pocos deciden prender el alfiler para explotar la burbuja en la que viven, el líquido amniótico protector que los aísla del contacto con los verdaderos problemas de la calle. Mientras el mercadillo de San Pablo recolectaba euros con los que aliviar dramas, ciertos portavoces políticos se repreguntaban qué hay de lo nuestro. Y en este mundo repleto de virtualidades alguien deberá reparar en que allí, fuera de la pompa, existe el universo de la realidad.