MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
Nos enredamos en temas recurrentes y asistimos a un debate entre lo que tiene importancia y lo que interesa a un puñado
Servidor ha perdido ya la cuenta de los textos que ha escrito sobre Foronda desde que le facultaron a redactar columnas. Desde luego, para su nula actividad diurna miren que da que hablar nuestra torre de control. Ocurre con un puñadito de temas relacionados con la capital alavesa. Repasen la hemeroteca en el ya nostálgico papel o en su versión virtual y comprobarán cuántas veces vemos cómo acude la burra al trigo. Nos manejamos con unas pocas cartas y a barajar, según manda la tradición de esta Vitoria conocida por el arte y la exportación de sus aclamados naipes. El aeropuerto se resiste a abandonar las páginas del periódico con un goteo incesante de noticias en un perenne sí, pero no. Al margen del tráfico de mercancías que le procura la cena y el desayuno de cada jornada, la terminal pide esas comidas y meriendas que no terminan de servirse. O, en todo caso, acude a la fila del reparto con la cartilla de racionamiento prendida por los dientes.
Conocemos el deseo de fletar un avión a Nueva York, ahí es nada. También las iniciativas de enviar otro al aire cálido de Lanzarote e, incluso, de visitar el mismo corazón de Europa. Esa Bruselas conocida antes por las coles, el niño meón o su espléndida plaza y, desde hace ya tiempo, por albergar las instituciones comunes de un continente que no acaba de creerse la unidad. Lo último que nos llega, los tres enlaces semanales durante el verano a las islas mayores del archipiélago balear. Pues eso, que si hay demanda se abrirá el aeródromo a la carta, pero lo de regresar a la casilla H-24 en el juego aéreo parece que seguirá roncando el sueño de los (in)justos. Los ejercicios de voluntad se estrellan contra los balances y las cuentas de resultados. En un país salpimentado de aeropuertos no hay alas para todos. Fomento alude a “los elevados costes” para enfriar los anhelos del abierto hasta el anochecer.
El asunto de Foronda atrae porque las comunicaciones influyen, aunque no de manera vital (tradúzcase vida o muerte), en las costumbres del personal. Otra cosa es que la espiral canse cuando no se intuye la manera de enderezarla después de tantos discursos improductivos. También se detecta interés por ese cobro aleatorio o el gratis total que las sucesivas corporaciones municipales vienen aplicando al uso de espacios como el polideportivo de Mendizorroza. El reclamo del “interés general” suena a proclama tan etérea como la de la “alarma social”. O sea, a ver quién establece el baremo de cautivarnos o de asustarnos. Sin embargo, me da que a la ciudadanía le preocupa bastante más algún asunto que atañe a la mengua de sus bolsillos en esta ya prolongadísima travesía por las dunas del desierto. Por ejemplo evidente, ese dato contestado desde el Gobierno municipal de que las familias vitorianas pagan 122 euros más en impuestos anuales que hace tres años. Eso, junto al IVA adelantado y no percibido, sí altera el talante de la gente.
Con todo el respeto a Iñaki Oyarzábal, menos parece preocupar al pueblo los movimientos atrincherados que deparan los partidos. Y esto vale para todos. Entiendo que las ideas solo surgen, avanzan y retroceden cuando las defienden o atacan seres humanos de carne y hueso. Pero, salvo a los profesionales de la política –incluidos analistas y tertulianos- a pocos individuos les afecta demasiado el cambio de cromos que se intercambian dentro de sus pompas de jabón o palacios de cristal. Comprendo que ahí se libra una batalla ideológica para centrar o virar el mensaje de la formación, pero también que atiende equilibrios territoriales y parcelas personales de poder. Pregunten en la barra del bar a cuántos les va algo en la batalla Cospedal/Quiroga frente a Sáenz de Santamaría/Alonso y verán cómo vuelven los parroquianos a remover con la cucharilla el azúcar del café. Eso hacen mientras piensan que los descabalgados de la política casi siempre encuentran otro hueco donde morar y mientras tratan de resolver su sudoku diario en una era a contracorriente.