ARABA
La cultura alavesa ha perdido a una de sus figuras más libres y geniales de las últimas décadas. El editor y agitador cultural – aunque si él se viera definido así, como agitador, le daría un patatús– Ernesto Santolaya ha fallecido a los 86 tras una larga enfermedad. Deja un legado inabarcable, con un catálogo brillante empaquetado en cajas de cartón y un enorme vacío intelectual.
Se podría decir que él fue un intelectual improbable. La historia del fundador de la imprescindible editorial Ikusager resulta fascinante. Nació en 1935 en Huérteles, un modestísimo pueblico al norte de la provincia de Soria. De mozo, hijo de pastores, parecía sentenciado a malvivir entre pulgas y balidos. De forma literal, no sabía hacer la o con un canuto. Porque, sí, resulta que uno de los grandes intelectuales alaveses fue analfabeto de mozo. Él mismo contaba que aprendió a leer, de forma autodidacta, con las historietas de Cuto, aquel Tintín ibérico y machote. De ahí, de esos tebeos, nació su profundo amor por la lectura.