MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
Cuerda moldeó Vitoria a su imagen y semejanza, mientras Azkuna transformó Bilbao en un imán de atracciones
Quiso la casualidad que el viernes al mediodía me cruzase por la calle San Antonio con José Ángel Cuerda, Montoya de toda la vida. Y aludo al azar porque apenas habían transcurrido catorce horas desde el fallecimiento de Iñaki Azkuna. Y cuesta mucho no relacionar ambas personalidades, más virreyes que alcaldes de sus lugares respectivos. De la ciudad octogenaria fundada por un monarca navarro en la colina de la vieja Gasteiz y de la villa de don Diego López de Haro, a quien Bilbao rindió homenaje con el nombre de la Gran Vía. Les faltó coincidir en el tiempo. Cuando el eterno regidor vitoriano, veinte años en el despacho más noble de la Casa Consistorial, abandonó el cargo después de moldear la capital babazorra a su imagen y semejanza llegó al suyo el exconsejero de Sanidad con el fin de transformar profundamente el Botxo.
Pero a los dos les unían cuestiones medulares. Es cierto que la aparente sobriedad de Cuerda contrastaba con la fanfarronería de Azkuna, dignísimo adalid de quienes entienden Bilbao como centro neurálgico del mapamundi entero. Pero les ligan varias características primordiales: ambos portaban una idea clara de ciudad en la cabeza, poseían carisma para vender y regalar, se tomaban sus respectivos municipios como enclaves-estado absolutamente importantes por sí mismos y volaban fuera de la jaula que representan las siglas como barrotes de los partidos políticos. Añadan la profunda cultura del vizcaíno y la especie de despotismo ilustrado que ejercía el alavés y obtendrán los daguerrotipos de dos líderes con letras mayúsculas que se han cincelado huecograbados profundos en sus lugares de origen.
Hay quienes no perdonan a Cuerda que extendiera su sobriedad a toda Vitoria. Que optara por un modelo de vida tranquilo antes que fijar a Vitoria en el plano de las juergas obligadas. Que su condición de peatón militante y alergia al coche convirtiese el núcleo urbano en una reserva natural para los caminantes. Pero sé que actuaba con planes predeterminados, ajeno a las ocurrencias que tantas veces salpican las decisiones políticas. Sus cinco mandatos depararon un sitio mucho mejor para vivir que para enseñar a los turistas. El díscolo alcalde que sometió a prueba los nervios del PNV optó por los equipamientos sociales y los derechos civiles. Durante una entrevista de hace cuatro años y medio, en plena forma intelectual y con ese alud dialéctico que termina de sepultar al cuestionador, me confesó que firmó el registro de parejas de hecho a espaldas de su formación, con la nocturnidad contenida en el habitáculo de ‘su’ Alcaldía.
Azkuna tomó la paleta del pintor de pincel fino y decidió sustituir los tonos grises por un cromatismo iluminador que ha dado la vuelta a Bilbao con la técnica del calcetín. Al margen de las carencias evidentes que aún muestran sus viejos barrios, la postal del Botxo permite jugar al hallazgo de las mil diferencias. A partir de un icono arquitectónico que ejerció de tractor, el Guggenheim naturalmente, la villa expulsó los malos humos y el color parduzco de su depauperada ría para convertirse en un lugar vitalista y agradable, atractivo para autóctonos y visitantes. Le ayudó ese espíritu de Fuenteovejuna que tanto extrañamos aquí, los pactos entre diferentes para aprobar proyectos comunes y beneficiosos. Le empujó el orgullo bilbaíno frente al modo vitoriano por el que cada cual hace de su capa un sayo.
A partir de Cuerda apenas se han vislumbrado proyectos claros de la ciudad, salvo el factor diferencial verde que distingue a Vitoria con las razones de todos los santos. El PNV lo tiene mejor allí por su ascendiente innato sobre la sociología vizcaína. Pero por encima de las formaciones políticas sobrevuelan personajes irrepetibles que fondean votos en caladeros insólitos. No habrá otro Azkuna de alma propia que discuta públicamente ciertas decisiones jeltzales ni otro José Ángel de verso libre que arrasaba con el PNV o encabezando la lista de EA. De hecho, creo que habría ganado al frente del Partido Marxista de los Obreros Patronales Católicos. Tanto uno como otro marchaban dos cuerpos por delante. Cuando algunos iban ellos ya habían emprendido la senda del regreso.