Reciclaje de ida y vuelta
Mobiliario urbano por Ángel Resa
El tipo recupera desperdicios del hotel mientras otros lobos esteparios escrutan contenedores
La luna era una rodaja de melón a las once de la noche. Una marea de estrellas en el firmamento anunciaba otro día de bochorno y canícula en este clima nuestro que aturde al meteorólogo más reputado. Vitoria es una de las pocas capitales donde el mercurio contenido por el cristal del termómetro puede desplomarse quince grados de una jornada para otra. Y viceversa. Un céntrico hotel acababa de sacar sus buenos kilos de basura a la calle por una de las puertas laterales. Y en esto llegó el profesional del reciclaje inverso. La ciudad que presume de cultura ambiental lleva tiempo educada en la segregación de los desperdicios. Pero el hombre de la gorra roja y el cabello cano aparece como programado para cumplir el rito nocturno, la operación contraria, extraer lo metido para volverlo a almacenar en provecho propio. La crisis pega con fuerza, no se anda con remilgos ante cierta gente.
El protagonista lleva consigo su propio instrumental, un montón de bolsas de tamaño diferente y color mierda para no desentonar con el contenido de su dura y fétida labor cotidiana. Separa, mira, escruta, valora y distribuye con la aséptica concentración de un cirujano. Ciertas sobras acaban en uno de los plásticos marrones. Otras en el siguiente y así de forma sucesiva. No muestra maneras de aficionado, sabe lo que hace y obtiene de los escombros réditos que pueden servirle. Seguramente su cita con las cajas de cartón y los recipientes tiene un interés a plazo fijo. A tal hora y al abrigo de la oscuridad el hombre hace su trabajo. Ni se apresura ni se detiene.
Quizá siempre haya habido enredadores de basura, personas que por necesidad o un afán curioso se asoman a las fauces de las olorosas cajas de Pandora donde caben lo imaginable y lo sorprendente. Pero todos intuimos que el largo túnel económico al que no se le aprecia el final ni con reflectores de alta potencia ha acentuado la búsqueda de los desperdicios. Tipos solitarios se distribuyen por la ciudad hasta apostarse en la hilera de los contenedores municipales. El gris que apesta a efluvios mezclados de restos de comida puede deparar el premio de un yogur muy recientemente caducado. Muchos periódicos y revistas descansan en el interior del azul. Y del plástico sobrante en el amarillo tal vez también se puede conseguir algún beneficio.
Son pescadores de residuos cuyo ingenio les alcanza para fabricarse sus propias cañas. Un simple gancho de tamaño considerable, casi la puya de un picador, que se retuerce en el extremo para colarse entre los huecos de las asas atadas. Si no fuera tan triste la verdad -lo que no tiene es remedio, cantaba Serrat- nos acordaríam0s de las barracas que sentarán sus reales a partir del día 21. Además de los puestos de dulces, las tómbolas, el bingo, los camellos y las diabólicas atracciones que colocan la garganta a la altura de la rodilla, aún quedan esas de premio seguro. El feriante acerca la caña y el pagafantas de turno trata de pescar en río revuelto. Pero los profesionales del reciclaje inverso no se dedican a jugar, tratan de subsistir superando la vergüenza.
Sí, incluso en esta Vitoria de nuestros orgullos y lamentos, proclamada hace pocos días como la segunda mejor ciudad para vivir en España, por detrás de esa Pamplona a la que le restan cinco días hasta entrar en ebullición y asarse en el jugo de sus universales fiestas. Ahí es nada que en esa encuesta europea figuremos en el puesto 32 del continente como lugar idóneo para residir. Pero en esta vida toda apariencia tiene su vuelta, conocemos las caras amables por contraposición con las muecas hurañas. Y da que pensar el hombre de la gorra que se cita cada noche con las basuras en la fachada lateral del hotel, una dramática especie del puerta a puerta que Bildu pretende implantar en Gipuzkoa. O ese ejército de lobos esteparios que recorre la ciudad para abastecerse en los contenedores de cuanto el resto tiramos a la mierda.
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