MOBILIARIO URBANO por Ángel Resa
Alejandro Glaría se somete al reto de leer las noticias sin recaer en el tabaco
Alejandro Glaría fija una fecha familiarmente indicativa para dejar de fumar. Cerca de cumplir el medio siglo le salen unas cuentas preocupantes, como a los in-útiles o in-eptos in-capaces de cuantificar los millones necesarios para rescatar la puñetera banca española. Resulta que lleva dos tercios de vida con sus labios a un pitillo pegado. Un disparate. Rescata del armario una hucha comprada en el verano de 2010 que imita el diseño de un paquete de cigarrillos con genuino sabor americano. En esa pugna diaria entre el ángel que aplaude su abstinencia y el diablo que le incita a inhalar, Alejandro introduce por la ranura la tercera remesa de cuatro euros. Cada ahorro de cajetilla incrementa las opciones de un hotelito, un viaje modesto o una comida opípara.
Nuestro anónimo héroe había probado métodos diferentes, condenados al fracaso por una fuerza de voluntad más estrecha que una oblea a punto de consagrar. Un fármaco que le mantenía despierto como una lechuza en la noche, parches que se retiraba para fumar un cigarro, chiclés con asqueroso sabor a nicotina que no percibía así en cada calada, otro medicamento que consiguió apartarle seis meses del camino equivocado hasta recaer por las buenas compañías y la simbiosis cena-alcohol… También experimentó en el pasado con la acupuntura hasta llegar al láser actual, que de momento le ha ayudado a incrementar su maltrecha autoestima de perdedor compulsivo con un ‘stop’ al tabaco.
¿Pero cómo olvidar el placer de la combustión que se adentra en las entrañas, del humo liberador que transforma en chimeneas los orificios nasales? A Alejandro se le apelotonan en un laberinto indescifrable sensaciones opuestas que se citan para vencer la partida. Al tiempo que la dependencia física remite sube el mono psicológico, al dulce regusto de la victoria sobre un enemigo tan potente le combate la certeza de que a nuestro hombre le gusta fumar. Pero todo sea por el triunfo de la causa, así que se aprovisiona de chiclés para ejercitar las mandíbulas como nunca lo ha hecho y recupera en el fondo de un cajón un señuelo de boquilla naranja mordisqueada y cierto sabor a menta que venden en las farmacias.
Este Glaría nuestro sabe que cada jornada de renuncia es una batalla a favor, pero en modo alguno se atreve a declarar que ha ganado la guerra. Una bala distraída es una calada suelta que puede terminar en una ráfaga de cigarrillos. Así que masca la goma como si la fuera a partir en dos y comprueba que la boquilla de botica le queda al alcance de la mano. Entonces se somete a la prueba del nueve, la de abrir el periódico y soportar los guantazos de una realidad desmoralizadora sin un truja que llevarse a las fauces. Ayer aguantó como un titán el reto de beber dos vinos sin acompañarlos de humo. ¿Pero resistirá la mala leche condensada al comprobar la ruinosa herencia de tantos sinvergüenzas sueltos?
Antes abría el diario por la sección de Deportes, ahora lo inaugura con el suplicio de Economía. La prima de riesgo baja y sube tímidamente la Bolsa, exactamente lo contrario de lo que sucedía poco antes de abandonar el tabaco. Bueno, se puede pasar sin un pitillo. L0s ‘expertos’ hablan de un baile de millones de ¡euros!, que no de pesetas, como quien charla sobre el tiempo para salvar a los verdugos en esta sociedad que se ha vuelto del revés. Joder, qué ganas de probar una calada. Dívar dice que por ahí se va a Marbella y que a nadie tiene que explicar sus andanzas en compañía. Vaya jeta. Buf, Alejandro se fumaría medio paquete. Vuelve al principio del periódico y en Ciudadanos comprueba la tozudez de tres grupos políticos para convocar un referéndum sobre la estación de autobuses y enemistar a dos barrios vitorianos. Si es que encendería un puro con el fuego que le sube por la garganta. Pero decide que no, que sigue el camino de la privación pese a tantos disparates reunidos y se da una palmada de afecto. “Alex, eres un campeón”.