POR CARLOS PEREZ URALDE 16/11/2003
Un paseo por el centro de Vitoria cuando oscurece el domingo revela que la procesión laica tiene mucho de penitencial
Si usted tiene tendencia al masoquismo emocional y se lo pasa en grande sufriendo episodios de intensa melancolía que pueden llevarle incluso a vaciar los lacrimales en cantidades caudalosas, podemos proporcionarle un método infalible para gozar de su problema. Basta con que cuando llegue el anochecer de un domingo otoñal o de invierno salga de sus aposentos protectores y se dé una vuelta por la calle Dato y aledaños.
Es imprescindible que cumpla el ritual sagrado de recorrer el terreno de arriba abajo o de abajo arriba, el orden de los factores no suele alterar el deprimente producto, fielmente acompañado por su señora o su señor, por sus niños si los hubiere, por suegros, suegras, cuñados o cuñadas y bajo la custodia tutelar de cientos de paisanos tan aburridos como usted y con las mismas ganas urgentes de que llegue el lunes de una santa vez.
Procure no olvidar su aparato de radio para estar en todo momento al corriente de lo que ocurre en los campos de fútbol: el tamaño del artefacto es cosa suya, pero le aseguro que he visto mamotretos enormes al hombro de ciudadanos aparentemente en sus cabales. Es de buena nota seguir la norma de que los varones vayan por delante de las damas, a unos dos o tres metros de distancia más o menos, aunque también puede suceder que sean ellas las que preceden a sus cónyuges: de lo que se trata es de que nunca vayan del todo juntos las unas y los otros o las otras y los unos. Tienen intereses diferentes, maneras de ver el mundo diversas, concepciones de la vida a veces incompatibles. El puede estar discutiendo sobre el pésimo juego del Alavés y ella debatiendo acerca de lo bien que le sienta la gomina al conde Lequio o de las razones por las cuáles la prometida del Príncipe escribe su nombre con zeta.
Una vez ejecutado este ejercicio de autoflagelación psicológica ya esta usted listo para incurrir en depresión profunda, sentir deseos difusos de cortarse las venas o ponerse hasta el hipocondrio de barbitúricos fulminantes. Sólo le salvará de esas inclinaciones presuicidas la esperanza iluminada de que mañana es lunes y usted verá ese día de la semana como los conquistadores veían El Dorado o los cruzados el Santo Grial.
Es falso que los seres humanos odien la llegada del lunes: un paseo por el centro de Vitoria cuando oscurece el domingo revela que la multitud paseante compone una procesión laica de Norte a Sur o de Sur a Norte que tiene mucho de penitencial. Sólo falta el sumo sacerdote.
Para quienes no estamos interesados en los juegos masoquistas emocionales o físicos, la única opción consiste en huir hacia otras zonas de la ciudad durante el trance dominical. Así nos evitamos el trámite de llegar a casa desolados, al borde del llanto tonto, sin ganas de cenar y con el único propósito de meternos en la cama escuchando el ‘Requiem’ de Berlioz con cara de funeral prematuro.
Tergiversando bastante los versos de Gil de Biedma, benditos sean a veces los días laborales. Comparado con el tránsito de zombis de la calle Dato una tarde de domingo, comparecer en el tajo es un regalo de los dioses. Y si además uno detesta el fútbol, el regalo es ya suficiente para seguir viviendo una semana más.