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El amigo autonómico

Para entender hoy la política española debe profundizarse en los vericuetos autonómicos. Por algún raro designio – no está claro que sea por sus diferentes identidades – cada autonomía ha generado su sistema de comportamiento, difícil de entender para sus naturales e imposible para los demás. ¿Qué quieren decir las carcajadas complacientes de los jefes valencianos cuando entran en trance judicial, el conchabeo cabreado de los catalanes, el florentinismo frentista andaluz?, ¿la perpetua irritación de los gallegos, el gusto vasco por compartir kokotxas mientras se dan patadas, el canibalismo de los políticos madrileños? Y así sucesivamente. Cada comunidad se ha convertido en una unidad de destino en lo universal, gracias a una clase política que ha encontrado en la regionalidad las dimensiones perfectas para su amplitud de miras. Llegas a monaguillo y te visten de cardenal.

Las autonomías se nos convierten en Estados-nación: con sus televisiones, desarrollos identitarios, bancos propios (en cuanto se fusionen regionalmente las cajas de ahorro), espías, servicios exteriores, selecciones deportivas… Y los demonios locales condicionan cada vez más la política nacional. Véanse las tribulaciones de Rajoy, siempre pendiente de las rarezas que se le ocurran a Camps en Valencia, a las zancadillas que se da la parejita madrileña, a cómo lleve Cospedal lo suyo en La Mancha… Para más inri, ha de echar mano de los autonómicos sin mando, tipo Arenas.

Algo parecido le sucede al PSOE, aunque ahora no le es tan grave porque estar en el Gobierno calma a la fiera autonómica. Aun así, anda temeroso de Montilla y suspira porque Griñán se convierta en Chaves sin llegar a serlo, además de estar pendiente de que los de Extremadura o La Mancha no den problemas ni haya que hacerlos presidentes del Senado para compensarlos.

A medida que las autonomías se afirman como reinos de taifas, la política nacional se nutre cada vez más de los escalafones autonómicos. Allí bregan sus primeros lances nuestros políticos. Después, y sin despegarse de su gueto, suelen dar el paso a la liga nacional, de la que volverán al nido cuando hayan finiquitado. Este cursus honorum se consolidará en el futuro. De lo local a lo general, de ida y vuelta.

Pero sin viaje, que exige dejar papanatismos. Como la política nacional se curte en las zancadillas autonómicas se produce una reducción de escala. Se han hecho en su pueblo y a su pueblo volverán, y aunque les gusta que los vean en Hollywood – para envidia de los de su pueblo – es verosímil que entiendan la política como en su pueblo, siempre suspirando porque les pongan la autovía o, si la tienen, porque se la quiten y vuelvan los espacios naturales.

Que las autonomías sean la cantera de la política nacional no sería problemático si no fuera porque se basan en la contraposición con el Estado, del que no se sienten parte sino igual, sin relación jerárquica. Para los políticos autonómicos no hay intereses generales más allá del limes regional. Les gusta la UE porque piensan que determinará que el río es suyo y no de España ni del vecino.

Con una clase política forjada en las triquiñuelas autonómicas será difícil que surja una política nacional. Un buen presidente de la comunidad de vecinos no es necesariamente un buen presidente de gobierno.

Publicado en Ideal

Por Manuel Montero

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