A mí me da pena Soraya. Me dan pena muchos de estos artistas salidos de concursos, porque tengo la sensación de que verdaderamente se creen las cosas: están convencidos de que las canciones que les escriben son magistrales, de que el vestuario que les diseñan es chic, de que el concepto escenográfico que les preparan es lo más. Lo defienden todo con determinación y mucho oficio y, de vez en cuando, se pegan un batacazo como el de ayer. Todo era falso, claro: la canción parecía confeccionada con algún programa automático chungo para escribir temas eurovisivos, el famoso mono como de body painting era cuestionable por delante y catastrófico por detrás, el rollo escenográfico quedó como mucho decentillo… De todas formas, yo sólo rogaría a los responsables de todo esto que, si nos empeñamos en mandar canciones con la letra o parte de la letra en inglés, se las encarguemos a alguien capaz de articular pensamientos más complejos que “come on and shake me”. Please, please, please.
En cualquier caso, lo de Eurovisión no tiene remedio. Se ha solucionado en parte el problema de que los países amigos se voten entre ellos (aunque Soraya debería obsequiar a los andorranos con un par de galas gratis), pero ahora ha surgido un hándicap todavía más grave: ¡¡¡todos votan al mismo!!! Porque, vamos, la propuesta de Noruega estaba bien, el hobbit que la cantaba caía muy simpático, pero tampoco era como para despertar tal unanimidad en esa gran Europa que va de Islandia a Israel pasando por Azerbaiyán. ¿Nadie ha aventurado todavía que tras este triunfo arrollador se esconde alguna conspiración siniestra, alguna preselección secreta? Porque yo me apunto a esa tesis sin dudarlo.
En mi clasificación personal ganaban por segundo año consecutivo los franceses, los únicos que se atreven a llevar música de verdad. Y por detrás de Patricia Kaas, cuya canción les cuelgo abajo, quedaban los alegres balcanismos de Moldavia y las elfas etéreas de Estonia (vaya, parece que andaba por allí la Tierra Media en pleno). Pero también me gustaban el lituano del piano, que empató con Soraya en el penúltimo puesto, y los frikis finlandeses de turno, que acabaron los últimos, así que me temo que no soy quién para dar consejos a Soraya ni a nadie. Además, lo mismo la enviamos con una obra maestra, con un atuendo de diez y con una escenografía abracadabrante y queda igual de mal, así que para qué darle vueltas.