Las tardes de esos cuarenta años que ahora conceden para pagar las hipotecas pasan más rápido jugando al Monopoly, el juego de mesa más vendido con permiso del parchís, que acaba de estrenar su versión bilbaína. Las cifras del “juego de las operaciones inmobiliarias” son dignas del mercado de la vivienda: presente en uno de cada dos hogares europeos, en 70 años ha vendido más de 160 millones de copias en 80 países y ha sido traducido a 26 idiomas. Sólo en Francia, 60 ciudades disponen de su propia versión.
El Monopoly de Bilbao incluye una treintena de lugares típicos de la villa, como la plaza Moyúa y la Gran Vía, que ocupa la casilla más cara, el legendario Boardwalk del tablero original. Uno hubiera esperado que las casillas violetas se hubieran reservado en correspondencia para las calles Cortes y San Francisco, pero al Ayuntamiento no le ha debido de parecer de buen tono que cada partida le llenen la Palanca de hoteles. El resto queda a la imaginación del jugador, que en cualquier caso, puede adaptar las reglas a la idiosincrasia local: cobrar el doble del recibo al caer en la compañía de aguas, pagar una descomunal licencia por trabajar en el puerto y esas cosillas.