Los Cocteau Twins son uno de los grupos de mi vida, de esos que de algún modo llevo dentro: en la adolescencia machaqué hasta la obsesión algunos de sus discos (los que tenía, sobre todo Blue Bell Knoll) y de mayor los sigo escuchando a menudo y me siguen sirviendo como refugio, porque siempre han tenido esa virtud de abrir un paréntesis de armonía cósmica en mitad de las penalidades y las agonías del mundo. Ya he contado alguna vez que el primer texto musical que publiqué (bueno, el primer texto que publiqué, así en general) iba sobre estos escoceses alienígenas, aunque me quedó más pedante que su música, que siempre me pareció libre de esa sobrecarga cultureta que parecía acecharla (llevaban a Cocteau en el nombre, eso se las trae) y que asfixiaba a tantos de sus imitadores.
Nunca he sabido hasta qué punto la gente tiene presentes a Cocteau Twins, cuál es su nivel actual de popularidad. Por si acaso, habrá que explicar que su sonido se levantaba sobre dos bazas infalibles: la voz luminosa de Elizabeth Fraser, que se lanzaba a asombrosos rizos y gorgoritos en un lenguaje inventado, y las guitarras sometidas a mil efectos (a veces, podríamos decir, casi desguitarradas) de su pareja Robin Guthrie. El matrimonio se rompió, el grupo también, y desde finales de los 90 Liz Fraser ha estado más ausente que presente de la escena, con una carrera intermitente y huidiza: por aquí fue canción de la semana con su primer single en solitario, Moses. Pero ahora parece que por fin se anima a reactivarse y ha emprendido un nuevo proyecto, Sun’s Signature, junto a su actual pareja, el percusionista Damon Reece, que ha formado parte de Spiritualized y Echo & The Bunnymen y ha colaborado con gente como Goldfrapp y Massive Attack (para los que, recordemos, también cantó Liz). Su segundo sencillo, este primoroso Underwater, es en realidad una nueva versión de un tema que circuló de manera limitadísima hace veintidós años y remite inevitablemente a Cocteau Twins pero a la vez se aleja todo lo posible de sus característicos arreglos. ¡Y tiene letra de verdad! ¿Que a mí me gustaría que en los dos minutos finales irrumpiese una de esas guitarras gaseosas de Robin Guthrie que parecían abrir los cielos? Pues bueno, no lo voy a negar, pero ya se encarga mi cerebro de imaginarse ese final alternativo.