Al Jourgensen es uno de esos muchos artistas que han condenado a sus seguidores a la decepción, porque resulta muy improbable que alcance de nuevo el nivel de aquel disco de 1992 que se ha dado en llamar Psalm 69, aunque en realidad se titulaba ΚΕΦΑΛΗΞΘ. Ya sé que hay quienes prefieren los dos inmediatamente anteriores, pero yo soy muy fan de ese álbum, déjenme con mis obsesiones. Nuestro hombre y su grupo, Ministry, alcanzaron ahí una cumbre del metal industrial, aunque la etiqueta jamás me ha convencido demasiado cuando se les aplica a ellos: las nueve canciones del disco sacaban el máximo partido a las guitarras y la electrónica como herramientas para la brutalidad, según fórmulas diversas e imaginativas que nunca se ajustaban demasiado a los cánones (bastante más aburridos) del metal tecnificado. ¡Qué variado, qué bueno y qué pasado de rosca es ese disco! Con el tiempo, Ministry se me fueron haciendo repetitivos, incluso un poco cargantes en la obsesión de Jourgensen por el sarcasmo político, aunque siempre se agradecía su facilidad para fabricar canciones que más parecen apisonadoras.
Ahora, este apóstol del exceso acaba de estrenar proyecto nuevo, Surgical Meth Machine, después de dar carpetazo a Ministry a raíz de la muerte de su cómplice Mike Scaccia. El álbum, editado esta semana, no es ni mucho menos Psalm 69, pero sí me da la impresión de que Jourgensen se ha venido arriba con el cambio: los temas de la andanada inicial suenan todavía más salvajes que su habitual desparrame, aunque al final se modera con una versión de Devo y algunos guiños hacia los inicios de Ministry como proyecto de tecnopop oscurillo. He seleccionado Tragic Alert, donde la materia prima quizá tenga más que ver con el hardcore que con el metal, pero me ha condicionado lo que está disponible en abierto: en realidad, habría preferido alguno de los cortes donde las bases se acercan al abuso rítmico del techno más monomaniaco.
Mientras leía sobre Jourgensen para una cosita que publiqué ayer en la revista musical para suscriptores, me enteré, por cierto, de que seguramente tiene algo de vasco. Ya sabía que es nacido en La Habana: su familia se exilió a Miami con el castrismo y Al (cuyo nombre original es Alejandro Ramírez Casas) habló solo español hasta que su jovencísima madre se casó con el noruego Jourgensen. En sus memorias cita a su abuelo, el prestigioso veterinario cubano Julio Brouwer, innovador de la inseminación vacuna (a la familia también pertenecen el guitarrista Leo Brouwer y la compositora Ernestina Lecuona), y veo por ahí que el segundo apellido de aquel hombre ilustre era Etchecopar. Digo yo que alguna porción de vasquidad habrá por ahí.