A veces doy gracias por tener tan poco tiempo libre, porque sé que lo convertiría directamente en tiempo desperdiciado. Lo pienso cada vez que me pongo a husmear en monstruos de Internet como YouTube: empiezo a ver sinsorgos vídeos domésticos y, de repente, he dejado pasar una hora sin ninguna ocupación de provecho, y eso que tengo una idea bastante elástica de lo que puede resultar provechoso para mi desarrollo como persona, animal o cosa. Me bastaría, por ejemplo, con que la actividad me divirtiese, pero no tengo tan claro que contemplar a un puñado de mostrencos catalanes tirando condones a la piscina en su viaje de estudios o a un brasileño melenudo en plena apoteosis karaokera sea exactamente divertido. ¡Ay, si tuviese tanto tiempo libre como cuando era estudiante! ¡Cómo iba a perderlo!
Eso sí, si uno renuncia a la poderosa tentación de las grabaciones amateur, puede encontrar tesoros musicales o, al menos, recuperar el pasado a la vez que malgasta el presente. Lo que me lleva a plantearles: ¿qué extraña vocación archivística lleva a personas a guardar durante más de veinte años grabaciones de programas como Aplauso o Tocata, sin saber siquiera que algún día podrían compartirlas con el universo? ¿Y quién diablos disponía de vídeo o equipo similar cuando se emitieron estas actuaciones de Burning, Parchís o Mecano?