En estos días retrospectivos de final de año, quería abrir un huequecito a un par de músicas más antiguas que no había escuchado hasta 2024 y que se han instalado entre mis favoritas. De una ya hablamos por aquí, porque fue canción de la semana y (me lo confirmó el temible Wrapped de Spotify) ha sido uno de mis tres temas más escuchados del año: me refiero a la maravillosa Next Time Might Be Your Time de Blue Gene Tyranny, ocho minutos de belleza y disfrute que deberían tener muchísima más fama. Esa sería mi canción inactual del año.
Y mi álbum inactual del año nos lleva a una gigante como Alice Coltrane, pianista y arpista que durante algún tiempo quedó a la sombra de su marido, John, pero que en los últimos tiempos ha sido objeto de una reevaluación rendida y merecidísima. Yo conocía relativamente lo que podríamos llamar el núcleo de su producción, ese jazz espiritual, radicalmente libre pero a la vez accesible, emancipado de las ataduras de la tradición pero también de la latosa obligación de ubicarse siempre en la proa de la vanguardia. Temas como Journey In Satchidananda dan una buena idea de ese equilibrio natural entre lo estimulante y lo accesible. Pero lo que no conocía hasta este año (más concretamente hasta que lo compartió en redes Daniel Castaño, de The Berlangas) era Turiya Sings y, más en concreto, su versión más despojada, Kirtan: Turiya Sings.
Alice era maestra hinduista con el nombre de Swamini Turiyasangitananda, del que Turiya es una versión familiar. A mitad de los 70 fundó un centro védico en California y en 1981 grabó algunos himnos devocionales en sánscrito para sus estudiantes, que publicó de manera privada en versión casete. Ahí Alice, Turiya, canta acompañándose al órgano Wurlitzer y envuelta en sintetizadores y cuerdas que se añadieron después, pero en 2004, tres años después del fallecimiento de la artista, su hijo Ravi encontró una mezcla desnuda en la que solo estaban la voz y el órgano. Esta versión esencial y austera se publicó en 2021 con el título de Kirtan: Turiya Sings, un disco hipnótico que, aunque no soy mucho de esas cosas, sí que tiene algo de curativo o, al menos, de reconfortante, como si te fuese reordenando las piezas de ese puzle mental que todos tenemos bastante desbaratado. Es música que crea su propio espacio y su propio tiempo, que abre paréntesis, levanta refugios e infunde en el oyente un talante meditativo. Vamos, es lo contrario de tantas trivialidades que escuchamos a diario. Este Krishna Krishna es una buena muestra.