Tengo catalogada a Bridget St John como una de las grandes, así que a veces me sorprendo al descubrir que bastante gente ni siquiera sabe quién es. También es cierto que su extraña trayectoria no ha ayudado mucho a su reconocimiento masivo: la cantautora inglesa, que actualmente tiene 77 años, editó su primer álbum en 1969 y vivió unos años de bastante fama, pero a mediados de los 70 se mudó a Nueva York y prácticamente desapareció de la vida pública durante un par de décadas. Desde los 90 ha recuperado la actividad, pero de manera muy pausada: ya no ha añadido ningún elepé nuevo a aquel canon de cuatro que publicó en los 60 y los 70, aunque sí han salido a la luz temas que grabó durante sus años de silencio. En fin, hay que decir que Bridget era colega de Nick Drake (solían actuar juntos en un club del Soho londinense), ha colaborado con figuras como Kevin Ayers o Mike Oldfield (la primera vez que me topé con su nombre fue, precisamente, en los créditos de Ommadawn, en muy buena compañía) y fue idolatrada por el mítico John Peel (que, de hecho, le editó los tres primeros discos en su sello Dandelion).
Bridget se encarga de cerrar Light In The Attic & Friends, un surtido selecto que lanzó en noviembre el sello estadounidense Light In The Attic, en el que se combinan con alegría versiones y temas nuevos. Ahí aparecen desde Iggy Pop hasta Mary Lattimore, desde Angel Olsen hasta Roedelius, desde Mark Lanegan hasta Mozart Estate, y por supuesto nuestra protagonista de hoy, acompañada delicadamente a la guitarra y coros por Steve Gunn. Juntos interpretan Rabbit Hills, una preciosa canción de Michael Chapman, otro nombre esencial del folk británico con el que ambos tuvieron estrecha relación. Es la segunda vez que Bridget St John graba esta composición, con un plazo de once años entre ambas, y el resultado (un envolvente portento de belleza y melancolía) permite comprobar cómo va modelando el tiempo esa voz profunda, bien cargada de umami acústico, que podríamos emparentar con la de Nico.