Si organizásemos una competición de oscuridad entre los grupos de rock españoles, Los Ataúdes quedarían en buen lugar, seguro. Las canciones de Carlos Jimena (el batería de Guadalupe Plata) y Javi Chotacabra (a quienes se suman ahora los teclados de Javier Quemasangre) son una tétrica combinación de blues y post-punk, austera y obsesiva, con letras que beben de la tradición negra y tremendista de la crónica española de sucesos: son historias de enterradores y verdugos, de navajazos y ahorcamientos, de brutalidad y sinrazón, tan alegres como tirarse a un pozo. Uno se imagina a Los Ataúdes cantando sus romances de ciego en el patio de alguna venta siniestra de la Sierra de Cazorla.
El grupo de Úbeda lleva ya siete años en activo y acaba de sacar su tercer EP, titulado Tercer clavo. Los anteriores eran Primer clavo y Segundo clavo, por supuesto, así que el ataúd ya se va cerrando. Les ha quedado un disco espléndido, que cuenta –así lo describen ellos– «las desdichas y los trágicos finales de unos, justos, y otros, miserables». De sus ocho temas, he elegido este Santos Vidal, una canción de cruda poesía con un ahorcado, una paloma y unos cuerpos sin ojos.