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Ha muerto Scott Walker

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Hace unas semanas, cuando murió Mark Hollis, todos reflexionamos sobre lo extrañísimo de su carrera, un itinerario desde el pop comercial hacia planteamientos de vanguardia que desembocó en un obstinado silencio. Pues bien, si tenemos que encontrar un músico capaz de competir con Hollis en la liga de las trayectorias improbables, encontraremos pocos candidatos más defendibles que Scott Walker, que ha fallecido ahora, a los 76 años. Walker también fue una estrella global (mucho más que Hollis, claro), un ídolo que en los 60 vendía millones de discos y desbarataba el sistema nervioso de sus fans al frente de los Walker Brothers, que en realidad ni eran hermanos ni se apellidaban Walker. Hits como The Sun Ain’t Gonna Shine (Anymore) o Make It Easy On Yourself dejaron grabado el nombre de la banda en la historia del rock, además de ganarles un puesto fijo en esos anuncios nocturnos de recopilaciones nostálgicas. Aquel éxito se prolongó con sus memorables primeros álbumes en solitario, salpicados de versiones de Jacques Brel.

Pero ya entonces, en aquella época gloriosa de aplauso y halagos, se podía detectar en Scott la sombra de la insatisfacción y la inadaptación, ese hueco oscuro que las ventas no lograban llenar. Aquí me voy a copiar un poco: las fans británicas intentaban desnudarlo, asaltaban sus hoteles, se deshacían al escuchar sus himnos melancólicos, mientras Scott confesaba al Melody Maker su sueño íntimo de conocer algún día a Jean Paul Sartre. Ese alien torturado que latía en el interior del vocalista acabó adueñándose de todo su ser en los 90, con el tremebundo Tilt, un disco angustiado, turbador, fascinante y también un poco cómico que marcó la tónica de su producción posterior, con referencias tan chocantes como un álbum en colaboración con los metaleros de vanguardia Sunn 0))). Walker se convirtió en un recluso del rock, un tipo huidizo que ni siquiera se dejaba retratar apropiadamente, y su música (quizá la más suya de todas las que hizo) se volvió libre hasta lo incatalogable, entre la declamación melodramática y las texturas industriales. El resultado, incómodo y exigente, dejaba en evidencia a muchos de esos proyectos comerciales que tratan de jugar la baza de la experimentación.

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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