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La noche de los anatolios

 

altin-gun

 

No voy a empezar a mentir a estas alturas: el programa del BIME City, con esos cuarenta conciertos gratuitos que hay en Bilbao, me dejó totalmente desconcertado, porque conocía a una minimísima parte de los artistas. Pero, al menos, voy a recomendar por aquí a los dos que más me gustan de esos… mmmm… siete que tenía en mi radar. A las nueve y media de esta noche tienen en el Antzoki a la francesa Halo Maud, que estuvo a punto de ser canción de la semana por aquí con esta belleza tan misteriosa, y mañana a la misma hora y en el mismo lugar será el turno de la banda de la foto, Altın Gün. Yo pensaba que ya había compartido por aquí esto que escribí sobre ellos hace unos meses, pero resulta que no, así que ahí va, mínimamente adaptado. Ya siento repetirme con las obvias consideraciones iniciales sobre Turquía.

……..

La psicodelia despertó en muchos músicos un hambre insaciable de exotismo. El rock se impregnó de aromas de otras tradiciones, a través de instrumentos y escalas que hasta entonces le eran ajenos, en busca de ese efecto embriagador que define al propio estilo. Pero, mientras los estadounidenses y los británicos se servían a placer en el bufé libre de sonidos de otras latitudes, con el protagonismo que siempre se les concede en la historia del rock, también en esos países que los abastecían de ideas se estaba produciendo el fenómeno complementario: sus propias culturas musicales se contaminaban de rock y daban lugar a híbridos nuevos y estimulantes. Ocurría en África y en Japón, ocurría en Brasil y en España (dos países con folclores especialmente propicios a la electrificación) y ocurría, sobre todo, en Turquía, que ya partía de su eterna condición de puente entre Europa y Asia. Allí, el cruce de lo occidental y lo oriental era lo más natural del mundo y dio frutos particularmente deslumbrantes y valiosos: era el llamado rock anatolio, que triunfó hasta que, en 1980, el golpe de estado de los militares puso fin a aquel desenfreno creativo.

En los últimos quince años, unas cuantas recopilaciones han recuperado aquel movimiento y le han dado una dimensión internacional que nunca tuvo: se trata, sobre todo, de antologías colectivas como Turkish Freakout, Istanbul 70 o el iniciático volumen de la serie Peace, Love & Poetry consagrado a Turquía, colecciones en las que muchos oídos occidentales descubrieron a artistas como Erkin Koray, Barış Manço, Cem Karaca, Moğollar o 3 Hür-El. Cuando le piden que haga memoria, sin embargo, el fundador de Altın Gün atribuye su primer contacto con el rock anatolio a un disco centrado en una sola artista: la reedición del (maravilloso) debut de la cantautora Selda Bağcan que hizo en 2006 el sello británico Finders Keepers. Aquellas canciones fascinaron a Jasper Verhulst, un bajista holandés sin contacto cultural con Turquía, y lo convirtieron en rendido admirador de aquella escena de otro tiempo y otro lugar.

El empujón final para la creación de Altın Gün (que significa la edad de oro y se escribe con la i sin punto del alfabeto turco) lo dio una visita de Verhulst a Estambul como miembro de la banda de su compatriota Jacco Gardner, un especialista en reproducir el pop psicodélico y barroco de finales de los 60. El bajista regresó de Turquía con la idea de montar una banda de rock anatolio: al fin y al cabo, si consideramos totalmente normal que un español o un ruso toquen blues americano, ¿por qué no van a dedicarse unos holandeses a la psicodelia turca? Además de un guitarrista británico y un batería y un percusionista de los Países Bajos, el sexteto se completa con dos miembros necesarios para que el resultado tenga cierta credibilidad idiomática e instrumental: Erdinç Yıldız Ecevit, un intérprete de saz (el laúd turco) hijo de emigrantes y criado en Holanda, y Merve Daşdemir, una vocalista de Estambul que se había trasladado a Ámsterdam cuatro años antes.

Juntos han devuelto a los escenarios aquellos sonidos tan estimulantes como poco conocidos fuera de Turquía. Interpretan temas de Barış Manço, de Erkin Koray o de Selda, aunque buena parte de su primer álbum, editado este año en el sello suizo Les Disques Bongo Joe, está dedicado a las composiciones de Neşet Ertaş, un nombre esencial del folk turco: sus canciones constituyen un material idóneo para experimentos similares a los que emprendían las bandas turcas de los 70, con herramientas como el saz electrificado y los bajos y guitarras con fuzz. El público desprevenido suele quedarse boquiabierto ante la magia de esta música distinta y sugerente, aunque seguramente la más asombrada sea la propia Merve Daşdemir: «Me ha sorprendido que unos holandeses adopten la música que escuchaban mis padres -ha reconocido en una entrevista con el diario francés Le Monde-. Yo ya me sabía de memoria la mayor parte de estas canciones».

Aquí los tienen con el Cemalim de Erkin Koray.

 

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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