Me estoy cargando de mejores discos del año. Yo no sé qué haré cuando llegue diciembre y tenga que elegir cinco, para cumplir con la tradición, pero al menos voy a ir dejando constancia por aquí de que el nuevo de The Drones, esos bárbaros australianos, ha entrado en la lista con embestidas y modales de minotauro. El álbum, séptimo de su carrera, se titula Feelin Kinda Free y llega con una especie de etiqueta puesta: suena más experimental que los anteriores, con texturas electrónicas, cajas de ritmos e incluso influencias del hip hop, pero a mí me parece que nadie debería asustarse, porque la esencia brutal y salvaje de estos sujetos se impone a cualquier reorientación. No sé, a lo mejor hay rockistas de clasicismo monomaniaco a los que no les gustan esas guitarras angustiosas que parecen borrones eléctricos, pero a mí me tienen entusiasmado, y tampoco faltan los momentos delicados, con esa venenosa belleza tan típica de los Drones, como impregnada de amenaza. Que se lo escuchen, vamos. En esta interesante entrevista con Mondo Sonoro, el líder, Gareth Liddiard, explica que nadie quería editarles el álbum (lo han acabado haciendo ellos mismos) y suelta una de esas afirmaciones tajantes que me encantan: «Los discos más radicales y que más han perdurado tienen ocho canciones».
La primera de las ocho de Feelin Kinda Free, la larga y corrosiva Private Execution, también empieza con una frase de ese tipo: «Las mejores canciones son como malos sueños». Hace un tiempo escribí que, si fuese posible quedarse a vivir dentro de un disco, el primero de The Drones brindaría al inquilino una existencia angustiosa y sobresaltada. Pues bueno, creo que este tampoco es exactamente un spa, pero yo llevo unos cuantos días cómodamente instalado en canciones tan grandes como esta.