Si hemos dedicado no una, sino dos entradas a las sucesivas subastas de la mesa de cocina de Ian Curtis, ¿cómo no íbamos a prestar un poquito de atención ahora que han puesto a la venta su casa? Venía yo dispuesto a soltar el rollo habitual sobre la almoneda de la posteridad, el chalaneo de reliquias y demás tópicos acerca de la mercantilización del recuerdo, pero he tenido que envainarme rápidamente la lengua y los dedos de teclear, porque veo que el anuncio ni siquiera hace referencia al detalle de que en esa «2 bedroom terraced house» de Macclesfield vivió (y murió) el cantante de Joy Division. Y me imagino que ese paréntesis de la frase anterior tiene algo que ver con la llamativa omisión, porque a alguna gente escrupulosa a lo mejor no le hace gracia instalarse en la casa donde se ahorcó una leyenda del rock oscuro.
La vivienda, que se vende por 155.000 euros, no es precisamente una joya arquitectónica, pero armoniza bastante bien con las canciones más mustias y depresivas de la banda británica. El anuncio destaca su «ubicación céntrica», con «fácil acceso al centro y a la estación de tren», y también la «tranquilidad» de la calle. Y las fotos muestran que la cocina donde se suicidó Curtis (ya saben, después de ver la peli Stroszek y escuchar The Idiot de Iggy Pop) es hoy un entorno moderno, agradable y nada tétrico, en el que no acabaría de encajar la famosa mesa cutrona. Un fan fatal ha sido rápido en reaccionar y ya ha puesto en marcha una campaña de crowdfunding para adquirir la casa y convertirla en un museíto dedicado a Joy Division: aquí pueden hacer su aportación (echo de menos alguna recompensa más apta para los fans repartidos por el ancho mundo, como camisetas o así), aunque se me ocurre que los miembros supervivientes de Joy Division ya podrían apoquinar unos cuantos miles de libras mientras canturrean, por ejemplo, aquello tan bonito de «I remember when we were young».