Aquí estamos todos, actualizando una y otra vez la página de Rolling Stone para ver si la noticia desaparece, con ese pequeño resquicio de esperanza que nos deja la fea costumbre de internet de matar falsamente a las personas que importan. Pero la noticia se empeña en seguir ahí y cada vez la replican más medios, así que parece verdad que Lou Reed ha muerto. La estatura de un artista se podría medir por la sensación de incredulidad que produce su fallecimiento, y en el caso de Reed todos hemos pensado eso de no puede ser aunque sabíamos perfectamente que sí, que claro que podía, que en realidad es incluso lógico que una vida salvaje no dure más de 71 años. Ahora tocará hablar del hombre que hizo adulto al rock, del poeta que supo reflejar la mugre y el brillo de las calles, del revolucionario que desató el ruido y lo permitió campar a sus anchas, y también, por qué no, de ese lado un poco cómico que Reed siempre tuvo, con su rostro granítico, sus modales gruñones y su colaboración con Metallica. Pero, al final, en ese torpe intento de atrapar la leyenda en cuatro trazos acabaremos distrayéndonos de lo más sencillo y fundamental: Lou Reed, con The Velvet Underground o solo, es el autor de unas cuantas de las canciones más hermosas de la historia. Y, aunque resulte a la vez obvio y paradójico en una jornada como la de hoy, quiero despedirle aquí con Perfect Day, seguramente mi canción favorita de todos los tiempos. Mientras suena, voy a actualizar otra vez la página de Rolling Stone.