Si tuviera que confeccionar mi lista personal de artistas que habrían merecido mejor suerte, Lisa Germano ocuparía uno de los primeros puestos. No pretendo que sea candidata a una popularidad masiva, porque su estilo intimista y soñador no se presta precisamente a los grandes estadios, pero tengo la impresión de que sí debería tener mayor peso entre la afición, más allá de esa feligresía reducida que la sigue desde hace dos décadas. De hecho, creo que todavía necesita presentación para la mayoría de la gente. Lisa nació en Indiana, anda ya por los 54 años, fue violinista de John Mellencamp (claro que, a día de hoy, a lo mejor él se ha vuelto todavía más desconocido) y ha tocado con una lista imponente de artistas populares, bien como instrumentista a sueldo o como colaboradora de pleno derecho: Simple Minds, David Bowie, Sheryl Crow, Eels, Yann Tiersen, Phil Selway, Iggy Pop, Giant Sand… Michael Gira, de esos Swans que ahora se han puesto tan de moda, es muy fan suyo, le editó un par de discos en su sello y escribió una descripción certera de su peculiar estilo: «Nadie suena como ella. Tienes la sensación de que, mientras la escuchas, estás caminando por sus sueños. La intensidad del sentimiento en su manera de cantar puede asustar un poco algunas veces: es como si te cantase muy cerca del oído, conduciéndote por su mundo ultraemocional».
Hoy mismo sale su nuevo álbum, No Elephants, en el que su música se entremezcla con inesperados efectos de sonido y grabaciones de campo. Escuchen, por ejemplo, … And So On, una de las canciones más convencionales del lote pese a la irrupción del ganado. «Estoy triste porque amo», dice.