Los japoneses son gente exótica, ¿verdad? Pues imagínense cómo debemos aparecer nosotros a sus ojos. Somos bandoleros que se recuestan bajo una encina a templar la guitarra y comer jamón, bailaoras de ojos negros con una rosa en la oreja y una sirla en el refajo, toreros de cinturilla breve y atributos extensos… En fin, somos un tópico fascinante, igual que ellos. Y, claro, resulta muy difícil discernir lo valioso y la morralla en una cultura tan diferente, así que los japoneses -esa gente que, cuando se siente española, se dedica a cantar jotas, vestirse de gitana o… aprender merengue- se han rendido a los pies de nuestro gran embajador cultural, David Bisbal. O Davido Bisbaru, porque Fernando Mexía, redactor de la agencia Efe que informa desde Tokio, dice que ellos lo pronuncian así, como si fuese rumano. El ciclón de Almería ha protagonizado dos conciertos sorpresa en la capital nipona y no ha sentido el metafísico extravío de Lost In Translation, sino su habitual y muy físico frenesí hiperactivo y rotatorio: «¡Venga, vamos p’allá, niños, con toda la fuerza del mundo!», animaba a su público, con ese gracejo que dinamita fronteras y normas lingüísticas. Bisbal también piropeó a las chicas y -de otra manera, por supuesto- a Hiromi Go, el artista que interpreta la versión en japonés de Oye el boom, que pueden disfrutar aquí. No se lo pierdan, porque… ¡también da vueltas, el condenado! Ah, no me acaba de encajar lo del triunfazo japonés de Bisbal con su intención de vender 22.000 copias de nada en el país del Sol Naciente, aunque a lo mejor soy demasiado suspicaz. No me lo tengan en cuenta, que les juro que yo deseo que Bisbal arrase y se establezca en Hokkaido.
En fin, ¿nos pasará a nosotros lo mismo cuando consumimos cultura japonesa? ¿Mezclaremos churras con merinas, camarones con bisbales? ¿Entenderán allí que nos gusten Haruki Murakami y Humor amarillo, o algún japonés circunspecto estará escribiendo en su blog que los españoles no sabemos por dónde nos da el aire?